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Actualizado: 27 de mayo de 2025


La otra noche tuvo la ocurrencia de parodiar las ceremonias de la Iglesia, el modo de andar, las actitudes y genuflexiones del sacerdote en el altar. Al mismo tiempo murmuraba sílabas raras e incomprensibles, con inflexiones de voz cómicas, resoplidos grotescos y contorsiones extáticas y devotas.

En un grupo se discutía, se disputaba, se citaban frases del profesor, testos del libro, principios escolásticos; en otro gesticulaban con los libros agitándolos en el aire, se demostraba con el baston trazando figuras sobre el suelo; más allá, entretenidos en observar á las devotas que van á la vecina iglesia, los estudiantes hacen alegres comentarios.

Era regalo destinado en otros tiempos sólo a las reinas, pero algunas devotas ricas de la América del Sur conseguían ahora esta distinción. Y menudeaba las liberalidades, viviendo en santa pobreza para poder enviar más dinero al Vaticano. ¡La «Rosa de Oro», y luego morir!...

¡Un año!... murmuró ella . ¡Maldito dinero! Pasaban ante el convento y tuvieron que bajar de la acera cediendo el paso a unas devotas enmantilladas de negro que se dirigían a la iglesia. Ojeda inclinó la cabeza. «¡Adiós, don MiguelSe despedía mentalmente del ilustre vecino.

Las personas desconocidas, las mujeres de pueblo no se atrevían a tanto, y las pocas de esta clase que confesaban con él acudían en montón a la capilla obscura cuyos secretos envidiaba don Custodio; allí esperaban el turno de las penitentes anónimas. Estas humildes devotas ya sabían cuáles eran los días de descanso para el Magistral.

Recordó á la princesa Lubimoff y sus extravagantes creencias en el misterio; á la misma madre de Alicia con sus manías devotas. Resultaría inútil cuanto intentase decir. Aquella certidumbre absurda y dolorosa se abría entre los dos como una profundidad que sólo el tiempo podría rellenar.

No nos maravillemos de un clérigo ni fraile, porque el uno hurta de los pobres y el otro de casa para sus devotas y para ayuda de otro tanto, cuando a un pobre esclavo el amor le animaba a esto.

Las enormes campanas de la basílica tañendo invariablemente a horas fijas. Las viejas devotas caminando con planta presurosa al rosario o a la novena. El canto monótono de los canónigos resonando profundamente en la soledad de las altas bóvedas.

Los murciélagos revoloteaban en las encrucijadas de las columnas, queriendo prolongar algunos instantes su posesión del templo, hasta que se filtrase por las vidrieras el primer rayo de sol. Pasaban volando sobre las cabezas de las devotas que, arrodilladas ante los altares, rezaban a gritos, satisfechas de estar en la catedral a aquella hora como en su propia casa.

Eran estos un cura viejo, de hábitos raídos y verdinegros, tan loco y pobre como el señor Vicente, varios hermanos de cofradía, y aquel tremendo zapatero cuya conversión le había costado los mejores años de su vida. Todos ellos personas devotas y buenas, que merecían los mayores elogios del «santo». Escuchaba éste con movimientos de cabeza las explicaciones de la joven.

Palabra del Dia

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