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Actualizado: 12 de septiembre de 2025
Es la espantosa elefantíasis de los griegos, cuya marcha fatal nada detiene; la lepra temida, que aísla al hombre de la sociedad, lo convierte en un espectáculo de horror aun para los suyos y pesa sobre ciertas familias como una maldición bíblica.
Cuando él decía la hora justa, ella suspiraba y el corazón se la oprimía más, todavía más; pasó a la sala, abrió la ventana, y a pesar del frío, se estuvo asomada, espiando el paso de los transeuntes. Ahí viene alguien, ¿será él? parece que se detiene... no, sigue; ahí viene otro, pero pisa más fuerte que él...
Un fuego esparcido por la naturaleza lo consume y lo renueva sin cesar. «Todo corre, todo marcha, nada se detiene dice Heráclito. No se baja dos veces por el mismo río.» En vano es que nuestras débiles manos quieran detener la rueda de la vida. Pasaron los griegos, pasaron los romanos y pasaremos nosotros... Hace ya tiempo que siento el ruido de la ola que nos ha de arrebatar.
Toda imaginación juvenil ve en esto el símbolo de la guerra, un combate, y empieza por acobardarse. Luego, notando que aquel furor tiene límites ó se detiene, el niño, tranquilizado ya, detesta más bien que teme la cosa salvaje al parecer enemistada con él. A su vez arroja guijarros al gran enemigo mugiente. En julio de 1831 me entretuve en observar ese duelo en el puerto del Havre.
¡Silencio, Juan, silencio!... ¡No me hagas daño!... Vamos a separarnos puros y honrados... y a llevar con nosotros paz y valor para toda la vida. No nos dejemos arrastrar... ni por el amor ni por el resentimiento. Se detiene aniquilada. Su respiración es fatigosa.
El Caballero cruza ante dos mujeres que se asustan del encuentro. Pasa sin verlas y solamente se detiene cuando le llaman con plañideros gritos. Entonces reconoce a la vieja criada y a Sabelita. ¡Señor mi amo, adónde camina en esta hora? ¡Don Juan Manuel! ¡Madre de Dios! ¡Señor, adónde camina con la blanca cabeza descubierta a la lluvia?
«No obstante, se decía a sí mismo, animándose al ataque, mi mujer ya no va para santa; respeto como antes su piedad, pero ya no me da miedo; ya es una devota como otras muchas, va y viene, y no se detiene; la novena, la misa, la cofradía, la visita al Santísimo... pero ya no tenemos aquellas encerronas con que a mí me asustaba, como si tuviéramos un para-rayos en casa.
A Luciana, por el contrario, le divierte esta novela, y lo que me preocupa es el tono de esa correspondencia, la ternura exaltada de las cartas de Luciana y el contraste de esa ternura con la corrección casi fría de nuestras conversaciones. ¿Será que, cuando estamos juntos, una delicadeza pudorosa detiene en sus labios las expresiones vivas? Quisiera creerlo. ¿Será que tema mis temeridades?
Lo cierto, sin embargo, es que, en cuanto la Policía española sospecha que alguien puede ser ruso, le busca y le detiene. Si yo no he estado en Rusia todavía, es porque no he querido que, a la vuelta, me encerrasen para siempre en la Cárcel Modelo. No hay manera de ser ruso en España, Sr. Weissbein. Los mismos libros rusos han sido perseguidos y decomisados aquí diferentes veces.
La sonrisa, ese amable índice de la satisfacción de sí mismo, se detiene alguna vez sobre sus labios, pero es más frecuente ver en ellos una mueca de desdén. Inútilmente he buscado, inútilmente he esperado en su conversación un movimiento, un gesto, una inflexión que revele un pensamiento cordial.
Palabra del Dia
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