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»Una mañana, en efecto, me hizo llamar a su habitación; me puse a sus órdenes, sin saber de lo que se trataba; mi corazón latía con violencia, mis piernas temblaban y tuve necesidad de detenerme algunos instantes antes de entrar en su gabinete, para disimular mi emoción. Mi tío estaba sentado cerca de una mesa y leía; al verme, dejó sus anteojos y su libro.

Pero, esperad... que vaya alguien corriendo a Casa de Winthrop a buscar a Dolly; es la mejor mujer que puede darse. Ben estaba aquí antes de la cena, ¿se ha marchado ya? , señor me he cruzado con él dijo Marner ; pero no tuve tiempo de detenerme a decirle otra cosa sino que iba en busca del doctor, y él me respondió que éste estaba en casa del squire.

Tuve que detenerme para respirar y un momento después Henzar torció rápidamente a la derecha y desapareció. Creí que todo había terminado y me dejé caer abatido sobre la hierba. Pero eché a correr de nuevo en seguida, porque salir del bosque el grito de una mujer.

Pues bien dijo el sargento mayor guardando el papel con una horrible sangre fría , no hablemos más de eso. Adiós. Y se dirigió á la puerta. No, no dijo Luisa arrojándose á su cuello , lo pensaré. Pues bien, piénsalo y... si te resuelves, pon por fuera de la ventana un pañuelo encarnado. Bien, , ¿pero te vas? Es preciso, preciso de todo punto; no puedo detenerme ni un momento.

Del mismo modo á uno parece picante una cosa, y á otro salada; á veces un mismo manjar es sabrosísimo para uno, y desabrido, y tal vez áspero para otro. Esto es tan comun, que no hay necesidad de detenerme en probarlo, y puede verse tratado muy largamente en Sexto Empírico.

No obstante, creí ver, como a través de una espesa niebla, que Magdalena se alzaba de su sillón, y al volverme vi que no me había engañado. Quise entonces detenerme, pero su padre, que lo vio, me contuvo, diciendo: » Continúa.

Mucho os agradecemos la oferta, repuso el magistrado, pero no veo cómo podáis triunfar con vuestro único barco sobre las dos poderosas galeras corsarias, al paso que con vuestros arqueros en los muros de Lepe fácil os sería dar á los piratas una lección sangrienta. Ya os he dicho mis razones para no detenerme aquí.

Yo, entretanto, dejaba a mi espíritu flotar en el recuerdo de un delicioso romance de George Sand, aquel Pierre quiroule, en el que el artista sin igual pinta la vida vagabunda y caprichosa de una compañía de cómicos de la legua, para detenerme ante esta ligera insinuación de mi conciencia: ¡En cuanto a vagabundo!... Al día siguiente, por fin, procedimos al embarco.

Sin detenerme un solo día, sin pararme en ninguna parte, me trasladé a París. Esta población era para muy familiar, tenía en ella multitud de amigos y toda clase de medios para pasar la vida al galope por medio de placeres. Pero era el caso que los placeres no existían para . O por mejor decir, yo no existía para los placeres. ¡Me hastiaba todo! La amistad me daba risa. El amor asco.

En parte me dio gana de reír, pero por no detenerme, que se me hacía tarde, le dije: -Señor, esta premática es hecha por gracia, que no tiene fuerza ni apremia, por estar falta de autoridad. ¡Pecador de ! -dijo muy alborotado-, avisara V. Md. y hubiérame ahorrado la mayor pesadumbre del mundo. ¿Sabe V. Md. lo que es hallarse un hombre con ochocientas mil coplas de contado y oír eso?