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Actualizado: 18 de junio de 2025


Y terminaban afirmando que Montesinos desahogaba su amargura y despecho blasfemando de palabra cuando se le presentaba la ocasión y publicando artículos en los periódicos y revistas de los masones. El P. Gil no sabía a qué atenerse. Inclinábase, no obstante, a esta última opinión, que conciliaba hasta cierto punto la benévola de su hermana y ciertos amigos con la mala fama que tenía en el pueblo.

Parecía trastornada, enferma, su respiración anhelante tomaba a veces el estertor del sollozo; inclinaba la cabeza sobre un hombro y desahogaba su pecho con suspiros interminables. El joven callaba obediente, temiendo que el recuerdo de su torpe audacia surgiera de nuevo en la conversación, sin ánimo para acortar la distancia que les separaba en el banco.

Desahogaba su ira en furibundos apóstrofes, anatemas y dicterios, golpeando la mesa, lívido y descompuesto, cuando sintióse ruido de pasos y apareció la fatídica estampa del mozo de la imprenta, que volvía en busca del comenzado fondo.

Es el único recuerdo que conservo de mi madre, contesté yo, como era la verdad. ¿Y cómo se llamaba tu madre? Pascuala, le dije. ¡Oh inescrutables designios del cielo!, exclamó el Barón, arrancando de su pecho un hondo suspiro que se diría que le desahogaba. ¿Qué pasa? pregunté yo imaginando que el Barón iba a desmayarse.

Mientras se desahogaba de este modo en un flujo intermitente de palabras, el rostro de Gonzalo iba expresando sucesivamente la indignación, la tristeza, la cólera, el desprecio, todas las emociones que agitaban su alma al recuerdo de sus padecimientos.

Y como lo tenía previsto, la heredera de Estrada-Rosa, que era orgullosa, no pudiendo soportar la frialdad de su novio, le dejó en libertad y le devolvió su palabra. La pobre chica desahogaba su pena con Amalia, la única que sabía a qué atenerse respecto a aquel rompimiento tan comentado.

A solas desahogaba la dama su oprimido corazón, pronunciando mudamente alguna frase iracunda, rencorosa: «Maldito cominero, ¿cuándo te probaré yo que no me mereces?... ¿No comprenderás nunca que una mujer como yo ha de costar algo más que un ama de llaves?... ¿No lo comprendes, bobito, ñoñito, ratoncito Pérez? Pues yo te lo haré comprender».

En verano, los días que no apretaba el dolor y las piernas estaban fuertes, bajaban a la playa, y el capitán, enardecido a la vista del mar, desahogaba sus dos odios. Odiaba a Inglaterra por haber oído silbar más de una vez las balas de sus cañones. Odiaba la navegación a vapor como un sacrilegio marítimo. Aquellos penachos de humo que pasaban por el horizonte eran los funerales de la marina.

Palabra del Dia

rigoleto

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