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Actualizado: 25 de junio de 2025
Pero entonces había que decírselo todo al Provisor, porque en saliendo de aquella casa ya no podía ser espía, ni ayudar al que la pagaba a abrir los ojos de aquel estúpido de don Víctor, que, como era natural, querría vengarse, castigar a los culpables; que sería lo que necesitaba el canónigo, puesto que él no podía con sus manteos al hombro ir a desafiar a don Álvaro.
En este tiempo he corrido mucho, y viendo cómo viaja la gente por capricho o por combatir el aburrimiento, más de una vez he pensado en el pobre gañán, que, separado de su familia por la miseria, cuando quería besar a sus hijos tenía que verse perseguido y acosado como alimaña feroz y desafiar la muerte con la serenidad de un héroe. Golpe doble
Es una composición seria y caballeresca, con desafíos, justas, aventuras románticas, encantamientos y amores que se cruzan, en una palabra, un libro de Amadís, distribuído, y no sin arte, en escenas. Don Duardos, príncipe de Inglaterra, llega á la corte de Palmerín, emperador de Constantinopla, para desafiar á su hijo Primaleón, á causa de un agravio que ha de vengarse con la muerte.
Mandó luego D. Enrique que nunca más volviera á su presencia la afligida madre, y divulgadas las noticias de estos actos por la ciudad, el pueblo se irritó muchísimo y comenzóse á reunir gente delante del Alcázar en actitud nada pacífica; mas esto, lejos de variar la opinión del rey, le llevó hasta querer salir á desafiar al pueblo, cosa de que le hizo desistir el prudente consejo del conde de Benavente.
En otra parte, un tronco se ha atravesado en el cauce, deteniendo como un dique todas las maderas que bajan. Se forma una presa, presa irregular y graciosa que aumenta sin cesar con todos los troncos que arrastra la corriente. Allí es donde los conductores del convoy tienen que desafiar la muerte cara á cara.
»Navega pues, supuesto que es preciso, frágil barquilla mía; ve a desafiar la tempestad. Afortunadamente yo seré tu piloto; yo sabré gobernarte y no te abandonaré a merced de las olas. »¿Qué sería de mi vida, pobre hija mía, si te abandonara yo?
Resolvió callar, disimular, ir a caza. «Allá en los prados de las marismas, cuando se quedara solo en acecho, en todo aquel día triste que iba a ser tan largo, meditaría... y a la vuelta, a la vuelta acaso tendría ya formado su plan, y consultaría con Tomás y le mandaría a desafiar al otro, si era esto lo que procedía. Por ahora callar, disimular. Aquello no podía echarse a volar así como quiera.
Ya que mi deshonra es pública, que la reparación lo sea, y además terrible y rápida». «Pero si tienes fiebre, si estás malo...». «No importa. Mejor. Si ustedes no van a desafiar a ese hombre, me levanto y busco yo mismo otros padrinos». No hubo más remedio. Mesía, a regañadientes, y ocultando el pavor como podía, buscó sus dos padrinos. Se convino que el duelo fuese a sable.
A principios de 1902 falleció en Londres un americano cuya vida podría parecer singular aun en su país natal, donde por cierto abundan los hombres que se complacen en desafiar las circunstancias de una existencia azarosa y llena de incertidumbre. Fue sucesivamente minero, maestro de escuela, corrector de pruebas, tipógrafo, editor y últimamente cónsul de los Estados Unidos en Glasgow y Londres.
Había navegado mucho; había vivido largas temporadas en Inglaterra y los Estados Unidos, y de la permanencia en estas tierras de libertad, insensibles a los odios religiosos, traía una franqueza belicosa que le impulsaba a desafiar las preocupaciones de la isla, tranquila e inmóvil en su estancamiento.
Palabra del Dia
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