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Actualizado: 26 de mayo de 2025
»Adiós, querido tutor. ¡Haga el Cielo que el padre enternezca al juez! ¡Adiós! »Perdone a la fiebre que me devora el desorden y la incoherencia de esta carta, que comienza con la frialdad de un documento comercial y que quiero terminar con un grito salido de lo más hondo de mi pecho y que debe hallar eco en el suyo.
Entonces, toda sofocada, a veces sudando como un río, con el cabello en desorden y las mejillas encarnadas, levantaba la bayeta y permanecía un rato contemplando su obra, los hermosos destellos que la luz producía en el objeto bruñido, con una satisfacción íntima y verdadera, con entusiasmo casi místico.
Con tal signo algunas viviendas acusaban arreglo y limpieza, otras desorden o escasez, y los trozos de estera de alfombra que asomaban por bajo de las puertas también nos decían algo de la especial aposentación de cada interior.
Juzgo como tú que es imprescindible apartarse de toda falsa relación entre estas facultades si se quiere evitar el desorden interior que es su consecuencia indeclinable.
Aún no había acabado, y ya comenzaba a sonar otra en diverso sitio, y otra y otra, como si la plaza fuese una gran jaula de pájaros locos que, al despertar con la voz de un compañero, se lanzasen todos a cantar a la vez, en confuso desorden. Las voces de varón, graves y roncas, unían su sombrío tono a los gorgoritos femeniles.
Y ahora, están en brazos uno de otro y no tienen siquiera un pensamiento para mí. Entonces, de improviso, se despertó en mí un orgullo fiero. «¿Por qué te escondes? gritaba una voz en el fondo de mí misma. ¿No has hecho tu deber? ¿Todo esto no es obra tuya?» Con un movimiento brusco me paré, eché hacia atrás mis cabellos en desorden y, con paso firme, apretando los dientes, me dirigí a la casa.
Entro, y no la hallo; la busco por toda la casa, y no parece; llamo a la doncella, y tampoco está en casa; vuelvo a su gabinete, y veo la cama sin deshacer, su ropero en desorden y vacío el cofrecillo de sus alhajas. Pero ¿de quién me estás hablando? gritó el infeliz Peñascales, dominado de pronto por una horrible sospecha.
Sólo a trechos veíanse algunos ladrillos y cascotes de los derribos; lo demás estaba construido con los materiales más heterogéneos, viéndose empotrados en la argamasa, a guisa de ladrillos, botes de conserva, latas de petróleo, cafeteras, orinales, hormas de zapatos, y junto con estos despojos, tibores rotos de porcelana, columnillas de alabastro, trozos de estatuas, todo al azar, según el desorden de la recogida diaria en Madrid.
Los automóviles llegaban y partían con mayor rapidez; se notaba desorden y azoramiento en el personal. Sonaban los teléfonos con una precipitación loca; los heridos parecían más desalentados. El día anterior los había que cantaban al bajar de los vehículos, engañando su dolor con risas y bravatas. Hablaban de la victoria próxima, lamentando no presenciar la entrada en París.
Arturo iba a ellas por cálculo; pero el desorden le disgustaba tanto como divertía a sus compañeros; su juiciosa frialdad contenía la locura de éstos, y acababa frecuentemente por hacerlos razonables: se le había llegado a considerar como un agua-fiestas, y, por último, había renunciado a tales diversiones.
Palabra del Dia
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