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Actualizado: 26 de mayo de 2025
A las órdenes de Tiburcio, Morsamor destacó cien hombres de los más audaces, que con astucia diabólica lograron penetrar en el apartado edificio donde se guarecían caballos, elefantes, cornacas y guardias. Ningún aviso había llegado hasta allí. Sin sospecha ni recelo, dormían todos. Y si bien acudieron a las armas y procuraron defenderse, fue con tal aturdimiento y desorden, que les valió de poco.
En la recogida de los frutos sucede el mismo desorden; los primeros que roban son los cuidadores, y, para que por los otros se les disimule, permiten a todos hagan lo mismo; de modo que, como son muchos, y la cosecha corta, en no habiendo mucho cuidado por parte del administrador roban cuando menos la mitad de lo que se recoge.
Saltó de la cama, buscando entre sus ropas en desorden el bolso de mano, que contenía una carta. Quería leerla una vez más, comunicar á alguien su contenido con el impulso irresistible que arrastra á la confesión. Era una carta que su hermano le había enviado desde los Vosgos. Hablaba en ella de Laurier más que de su propia persona.
El advenimiento del hombre, con su inteligencia precaria, en medio de la Naturaleza, trae aparejados el desorden, la discordia, las dudas y confusiones, en cuanto a la finalidad. ¿Qué otra cosa es la inteligencia normal humana sin tentación al desorden y torpeza de coordinación?
Al darle la existencia, se había quebrantado una gran ley moral, y el resultado fué un sér cuyos elementos tal vez eran bellos y brillantes, pero en desorden, ó con un orden que les era peculiar, siendo difícil, ó casi imposible, descubrir donde empezaban ó terminaban la variedad y el arreglo.
Este tal le sorbió los sesos a una pobre mujer, viuda de un platero y se casó con ella. Cada uno por su estilo, aquella pareja valía un imperio. Todo el santo día estaban riñendo, de pico se entiende... ¡Y qué tienda, hija, qué desorden, qué escenas! Primero se emborrachaba él solo, después los dos a turno.
Cuando al cabo de una hora salieron, el anciano banquero tenía las mejillas inflamadas, los blancos cabellos en desorden y en los ojos señales de haber llorado. Despidió al canónigo en la escalera y tornó a encerrarse en su despacho. Allí permaneció todo el día y toda la noche, sin hacer caso de los recados que su hija le mandó para que se llegase a verla.
Fuése en busca de ellos y encontró á muchos en la puerta del casino subiendo á los coches, con el deseo de huir de allí cuanto antes, como si el suelo les quemase las plantas. En el desorden de la fuga parecían marchar á tientas, sin fijarse en él. Dentro del casino encontró al Chiquito tendido en una banqueta, envuelto en una manta, sudoroso y pálido, con el aspecto de un niño poseído de terror.
Soltó la otra sonora carcajada, y llevándose la mano al pecho, quería arreglar el desorden que la mano inquieta de su compañero de vivienda había causado en aquella parte interesantísima de su persona. Tan torpe salía del sueño alcohólico, que no acertaba a poner cada cosa en su sitio, ni a cubrir las que la honestidad quiere y ha querido siempre que se cubran. «Jai, tú me has arregistrao.
Palabra del Dia
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