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D. Cristóbal, como caudillo experimentado, apelaba en estas refriegas a mil ardides para derrotar a sus contrarios, o para capitular en buenas condiciones. Un día amanecían las chicas inspiradas, y pedían botinas de tafilete semejantes a las que habían visto a tal o cual muchacha de la ciudad, generalmente a Fernanda Estrada-Rosa. D. Cristóbal se replegaba inmediatamente en mismo.

Juan Andrea Doria, temeroso también en Lepanto, cuyo triunfo estuvo á punto de comprometer, responde ante la historia del tremendo fracaso de los Gelves, si bien Monsieur Jurien de la Gravière, siempre juicioso y benévolo, como quien ha sentido sobre los hombros el peso enorme de la responsabilidad, lo tiene dicho: «Vencer á los turcos en la mar en el siglo XVI, era tan difícil como derrotar á los ingleses en los días de Abukir y Trafalgar

Morsamor estaba entre ellos. Muy reñidos y sangrientos fueron el ataque y la defensa del fuerte de los achineses, los cuales hicieron vigorosas salidas. En una de ellas estuvieron a punto de desordenar y derrotar por completo la hueste lusitana, merced a una inesperada estratagema de que se valieron, lanzando contra los portugueses una manada de búfalos que tenían acorralados.

Como acertáramos a encontrar un rebaño de ovejas y cabras, dijo el aragonés: Apartémonos aquí junto al charco para ver de derrotar a estos austriacos y rusiacos, que vienen mandados por el tío Parranclof, emperador del Zurrón y rey de los guarros, y subamos a la loma de la Panza para quitarles la artillería y hacerles meter en el castillo.

Prometía el triunfo con la certidumbre de un gran estratega capaz de derrotar á los enemigos cuando se lo propusiese; hacía llorar á su público con una sugestión irresistible, pero él era el primero en verter lágrimas, conmovido por su propia elocuencia al describir la injusta agresión que sufría la patria. Esta vida imaginativa y elocuente duró sólo unas semanas.

Los informes que le había dado D. Juan acerca de la condición poco servicial de D. Jaime Pimentel, no dejaban de mortificarle. Ya, sin embargo, no había modo de retroceder, y lo que convenía por lo pronto era derrotar a D. Paco, aunque para ello fuese menester valerse del candidato menos buscador de turrones, más distraído y peor cultivador de distritos que hubiese en todo el reino.

Pero ya lo era... No había sido sin reñir violentos interiores combates que el marqués se hubiese abandonado a la pasión secreta que la señorita de Sardonne le inspirara; desde el primer día, deslumbrado por su resplandeciente hermosura, interesado por un inmerecido infortunio, púsose con prudencia en guardia contra un sentimiento cuyos peligros preveía; pero su indispensable asiduidad hacia su tía, poniendo casi diariamente a Beatriz ante su vista, habían concluído por derrotar tan sesudos propósitos.

Había dos bandos principales: el de los viejos y el de los jóvenes; los primeros eran más en número, y vencían siempre que no se les cogía descuidados; los segundos, más activos, tramaban asechanzas para derrotar a los candidatos contrarios, unas veces presentando los suyos, en unión de alguna persona ilustre y respetable, otras veces aprovechando las noches de más frío en que los viejos no se atrevían a salir de casa, otras dividiendo con astucia a los enemigos; todos los medios eran lícitos.

Unos 450 prisioneros y todas las armas de los realistas quedaron en poder de los vencedores. A esta victoria siguió la de los Horcones, nombre del territorio en que Ribas volvió á derrotar á los españoles y está situado entre el Tocuyo y la ciudad de Barquisimeto.

El jefe realista mandaba 5.000 hombres, Bolívar contaba con una tercera parte menos; pero gracias á su admirable estrategia, no solo consiguió derrotar al enemigo, sino que cercándole y acosándole por todas partes, despues de sembrar la muerte en el campo de batalla, cuantos lograron sobrevivir depusieron las armas y se entregaron á discrecion.