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Los informes que le había dado D. Juan acerca de la condición poco servicial de D. Jaime Pimentel, no dejaban de mortificarle. Ya, sin embargo, no había modo de retroceder, y lo que convenía por lo pronto era derrotar a D. Paco, aunque para ello fuese menester valerse del candidato menos buscador de turrones, más distraído y peor cultivador de distritos que hubiese en todo el reino.

Pero no le sacaran a él de sus números... Por cierto que el Ministro le había encargado un trabajo que le traía marcado... proyecto de reglamento para la cobranza del subsidio industrial... «Siempre me caen a estos turrones.

De aquí que V. anhele, como quien no dice nada, producir un diputado, y sobre todo un diputado que influya, que valga y que saque turrones. Yo, en cambio, lo confieso, tengo un ideal, que, al paso que vamos, no se realizará, si se realiza, hasta dentro de diez o doce siglos; pero, amigo, es menester ir encaminándose hacia él, aunque sea a paso de tortuga.

En suma, aunque el diputado y su alter-ego D. Paco eran casi tan avisados y prudentes como Ulises, a quien la propia Minerva, descendiendo ad-hoc del Olimpo, inspiraba la más severa justicia distributiva para repartir pedazos de buey asado en los banquetes a los héroes de la Ilíada, o ya porque repartir turrónes más arduo que repartir roastbeef, o ya porque los electores de España son más descontentadizos que los semi-dioses y guerreros aqueos, ello es que el disgusto cundía y que había mar de fondo hasta en la misma capital del distrito.

»Por dicha, el nombre de su candidato de V. me ha hecho pensar en que, favoreciéndole y dando a V. gusto, hago el bien del distrito, según lo entiendo yo: le quito de encima la secadora protección del diputado actual, que parece un fabricante de turrones, y le propino y administro uno que dirá a ustedes, en cuanto le elijan, si os vi no me acuerdo, y no les dará turrón, con lo cual quizá renazca la actividad agrícola, se creen industrias sanas, y desaparezca la corrupción que hoy nos pudre.

La fama que el diputado tenía de servicial, complaciente y poderoso para sacar turrones, era tan firme que hasta su mismo temporal decaimiento aumentaba su clientela en vez de mermarla.

Quedaba por comprar el pavo, los turrones y otras cosas que tenía en memoria. Ella aguardaría en la «tienda». Y esta palabra bastó para que la entendieran, pues en casa de doña Manuela, la «tienda» era por antonomasia el establecimiento de Las Tres Rosas, y fuera de ella no se reconocía otra tienda en Valencia.

Desde poco después de 1817, comenzó á celebrarse en esta plaza una velada á la Virgen del Carmen, la cual tuvo años de no poco esplendor, viéndose entonces adornada la capilla con vasos de colores y con banderas y arcos el paseo, alrededor del cual se instalaban puestos de avellanas, de turrones, de garbanzos y de los célebres alfajores que vendían las serranas de enaguas rayadas, chaquetas de paño y sombreros de castor.

En otoño, por ser cuando se dan los mejores frutos, se castran las colmenas y está fresca la miel, se empleaba Juana en hacer carne de membrillo y de manzana, gran variedad de turrones y legítimo y esponjado piñonate, cuyos gruesos y dorados granos quedaban ligados con la olorosa miel bien batida.

Álzanse entonces, en lo que fué frondosa alameda, puestos de juguetes y de frutas, sin que en manera alguna falten los instrumentos populares, característicos de los citados días, siendo grande el concurso que acude al Arenal á llevar á cabo las indispensables compras de pavos, nueces, castañas, turrones y todos los comestibles del ritual.