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Actualizado: 17 de julio de 2025


Cumplido este deber de humanidad, volvimos de nuevo al coche con la satisfacción que se experimenta siempre que se lleva a cabo una acción buena, y principiamos a departir alegremente, escuchando yo con más atención que antes los pormenores biográficos en que se anegaba el propietario de Simancas. La luz matinal, esplendorosa ya, y la perspectiva de llegar pronto nos animaban.

Era campechana, servicial y sencilla hasta la simpleza, pero en sus negocios de prendera y prestamista mostrábase inflexible y astuta como pocas. Acérquese un poquito si ha concluido de tomar su grosella. D.ª Rafaela trasladó su silla cerca de la joven y en seguida se pusieron a departir amigablemente en voz baja.

Calificábanle las señoras de atento; sus compañeros, de muchacho corriente y agradable; su tío, de chico listo y con el cual se podía departir acerca de asuntos de comercio. Su temperatura moral no subía ni bajaba a dos por tres; no se le conocía ardor ni entusiasmo por ninguna cosa; la fiebre de la mocedad no le había causado una hora de franca y declarada calentura.

Una de las pocas, casi la única admiración que ya le quedaba a Tristán en literatura era la de Rojas, su maestro y protector. No asistía con puntualidad a sus tertulias nocturnas de los viernes, pero iba de vez en cuando. Y cuando tropezaba en la calle al célebre poeta, nunca dejaba de departir con él algunos instantes y solía acompañarle hasta el paraje adonde se dirigía.

El maestro Juan Bou se mostraba tan amable con él aquellos días, que no sabía qué hacerle. Y su amabilidad era tan extraordinaria, que hasta llegó a llamarle hijo y a departir con él como de igual a igual. «Bien, hijo, bien; vamos bien. Has sido algo calavera pero mismo conoces que el trabajo es la vida, la religión del pueblo... Voy a hacerte una proposición. ¿Quieres venirte a vivir conmigo?

Sólo en nuestra sociedad heterogénea, libre de escrúpulos y distinciones, se da el caso de que un hidalguete, poseedor de cuatro terruños, o un empleadillo de mediano sueldo, se confundan con marqueses y condes de sangre azul, o con los próceres del dinero, en los centros de falsa elegancia; que se junten y alternen los que explotan la vida suntuaria por sus negocios, o sus vanidades, o bien por audaces amoríos, y los que van a bailar y a comer y departir con las señoras, sin más objeto que procurarse recomendaciones para un ascenso, o el favor de un jefe para faltar impunemente a las horas de oficinas.

Gregorio Surín, con quien tuvimos oportunidad de departir extensamente á raíz de su captura, es un mulato que representa unos cincuenta años de edad, y su aspecto afeminado, acaso tanto como el odio feroz que siempre ha sentido por la raza blanca, le hace repulsivo y odioso desde el primer momento.

Por espacio de tres ó cuatro días sólo con D. Prisco cambió algunas palabras. Pero su temperamento vivo y locuaz no tardó en levantar la cabeza. Comenzó á departir con la gente y á mezclarse entre los grupos de aldeanos buscando conversación. Algunos días montaba á caballo y se iba á la Pola y allí visitaba á los amigos y conversaba con ellos largamente.

Las damas de la Comisión, después de conversar un rato con el arzobispo, salieron acompañándole. Sólo quedaban dos o tres grupos de personas. Uno de éstos lo formaban Adriana, Lucía y Julio. Charito, secretaria de la Comisión, se había reunido a departir todavía con las damas y el arzobispo, después de prevenir a sus compañeras que no debían irse sin ella. Adriana miró a Julio.

En la mesa apenas cruzaban la palabra; pero les vi en diferentes ocasiones departir amigablemente, apoyados en la barandilla del corredor, mirando con ojos extáticos los azulejos del patio. También observé, una vez que fui a misa de nueve en San Isidoro, que Olóriz, situado en posición estratégica, cambiaba con la dama, arrodillada cerca de una capilla, sonrisas y miradas.

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