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Actualizado: 14 de julio de 2025
En los países donde el peligro, más que en combatir al enemigo, consistía en tener que sufrir hambre, frío, intemperie, el candidato al título de hombre era abandonado en el bosque sin alimento, sin vestidos, expuesto al cierzo y á las picaduras de los insectos: tenía que permanecer allí, inmóvil, altivo y plácido el rostro, y después de varios días de espera había de tener aún bastantes fuerzas para dejarse atormentar sin quejarse y asistir á una abundante comida sin adelantar la mano para coger su parte.
Estos bestias están dispuestos a morir por su rey. Oh, no lo diría. Además ¿para qué? No había de convencer a nadie; unos son fanáticos y otros aventureros y ninguno está dispuesto a dejarse persuadir. Pero no crea usted que todos tienen un gran respeto ni por don Carlos ni por sus generales. ¿No ha oído usted en la posada que hablan algunas veces de don Bobo? pues se refieren al Pretendiente.
Recibían la limosna con altanería. El mendigo estaba ungido por las palabras del Rabí, y creían de buena fe que beneficiaban a sus donantes, pues así edificaban su ánima por la caridad. Les hacían la merced de dejarse dar limosna. Una tarde paseábase por las Platerías un hidalgüelo gabacho, cuando le asaltó un mendigo de nobles barbas blancas y aspecto distinguido.
Es que yo sé hacerme respetar. Pues conmigo no tienes necesidad de eso. Cristeta sostenía el diálogo con dificultad: sus frases eran diversas de sus pensamientos y contrarias a sus deseos; semejaba un sofista ansioso de dejarse convencer.
Debía ir al cuarto de doña Sol y rogarla que no bajase. El bandido se marcharía seguramente después del almuerzo. ¿Para qué dejarse ver de este triste personaje?... Desapareció el banderillero, y el Plumitas, viendo al maestro apartado de la conversación, se dirigió a él, preguntando con interés por las corridas que aún le quedaban en el año.
Ni en la rapidez de la composición quiso Cervantes dejarse superar por el celebérrimo maestro del drama español, careciendo del don de improvisar de aquél y de su facilidad en producir, como jugando, perenne é inagotable corriente de invenciones, y hasta de obras literarias de primer orden.
Si fuese yo su mujer ya le enseñaría á dejarse desbalijar en medio del camino por el primer perdulario que pase.
¡Ay! -respondió Sancho, llorando-: no se muera vuestra merced, señor mío, sino tome mi consejo y viva muchos años, porque la mayor locura que puede hacer un hombre en esta vida es dejarse morir, sin más ni más, sin que nadie le mate, ni otras manos le acaben que las de la melancolía.
Sin tener fe ni dejar de tenerla, acostumbrada ya a no pensar en aquellas grandes cosas que la volvían loca, Anita Ozores volvió a las prácticas religiosas, jurándose a sí misma no dejarse vencer ya jamás por aquel misticismo falso que era su vergüenza. «La visión de Dios.... Santa Teresa.... Todo aquello había pasado para no volver.... Ya no le atormentaba el terror del infierno, aunque se creía perdida por su pecado, pero tampoco la consolaban aquellos estallidos de amor ideal que en otro tiempo le daban la evidencia de lo sobrenatural y divino».
Y fue ansí, que después de Dios, éste me dió la vida y, siendo ciego, me alumbró y adestró en la carrera de vivir. Huelgo de contar a vuestra merced estas niñerías, para mostrar cuánta virtud sea saber los hombres subir siendo bajos y dejarse bajar siendo altos cuánto vicio.
Palabra del Dia
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