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Actualizado: 21 de mayo de 2025
Y empezó á marchar á grandes zancadas, procurando mantener rígido su cuello; pero esto no libró á la joven de un vaivén igual al de un navío en un mar tormentoso. Agarrada á dos mechones de cabellos y contrayendo sus brazos, se defendió de este rudo movimiento, á la vez que seguía con mirada atenta la marcha de su gigantesco portador. Muy bien, gentleman.
Pero se detuvo, impresionado por el aspecto de la generala. Nunca la había visto tan interesante: ni aun cuando se defendió de él con el látigo. Vengo á pedir al gobierno dijo solemnemente la amazona que me dé el mando de un batallón. Yo me encargo de batir á ese sinvergüenzón. Y añadió que lo traería allí mismo, atado con una cinta de sus enaguas.
Esta señora juraba y perjuraba que su esposo no había muerto, y defendió tan bien su causa, que al cabo de siete años de haberse perdido recibía el título de contralmirante. Tenía razón lady Franklin; su marido vivía. Si se hubiese creído á lady Franklin, el gran explorador inglés no pereciera en medio de los hielos.
Es cierto que Fernando el Católico sacó de poder de moros el reino de Granada: que con su política hizo presa de Navarra: que en su tiempo fueron conquistadas las Islas Canarias, descubiertas en el reinado de Enrique III: que ayudó la empresa de Cristóbal Colon para el descubrimiento del Nuevo Mundo profetizado por Séneca en uno de los coros de su Medea : que incorporó la ciudad de Cádiz i el marquesado de Villena en su corona: que confiscó el condado de Pallas: que restituyó al condado de Barcelona el Rosellon i Cerdania, empeñado por don Juan II de Aragon al rei Luis XI de Francia: que conquistó á Mazalquivir, Oran i Bujía: que defendió de los franceses el reino de Nápoles; pero hai un error, i á mi parecer grande en todos nuestros historiadores al narrar las vidas de los reyes, i es que miden las buenas acciones de ellos i el provecho que con el buen gobierno dieron á sus vasallos por las batallas que vencieron, por las ciudades que ganaron, i por las glorias que en sus empresas militares consiguieron.
Y lo gracioso fue dijo Maltrana que el indio, en casi todos los países de América, en vez de irse con la revolución, que lo compadecía y ensalzaba, se mantuvo aparte de ella o defendió hasta el último momento al rey, formando en los ejércitos monárquicos, donde por cada soldado peninsular había cuarenta o cincuenta de color.
Llama siempre la atención que algunas de estas composiciones, como Los encantos de Merlín, según testifica Rojas, gustaron mucho tiempo, y que, á pesar de su probable mérito, no hayan dejado memoria duradera; y sólo nos lo explicamos recordando, que, según se desprende de las últimas, Artieda se opuso al drama nacional, y defendió las reglas clásicas, causa bastante para contribuir á la vez á que el público mirase con prevención al autor y á sus composiciones.
Los demás escuadrones de infantería, libres de la mayor parte de la caballería enemiga que les pudiera dañar, cerraron por la frente tan vivamente, que degolladas las primeras hileras donde estaban sus mas lucidos y valientes soldados, todo lo demas de la infantería se puso en huida aunque la caballería de Thracia y Macedonia, como la mejor y de mayor reputacion de aquellas Provincias, mantuvo por gran rato su puesto peleando con nuestra caballería, y defendió uno de sus escuadrones que no fuese roto, hasta que los Almugavares le abrieron por el otro costado, y por la frente, y entonces su caballería con mucha pérdida dejo el puesto, huyendo la vuelta de Cipsela.
«D. Álvaro de Sande, claro por mil hechos y mil jornadas, que siendo tesorero de Plasencia, como Aquiles dejó las faldas largas y empuñó la espada y lanza, y saltó en ser soldado, siendo cercado en los Gelves de una poderosísima turquesca armada, defendió el hechizo fuerte tres ó cuatro meses, sin se le poder entrar con muchos y muy terribles asaltos, en los que mató infinitos turcos que quedaron por ahí tendidos en el campo.
En ese momento me di cuenta de que tenía agotadas las fuerzas. Aquella milagrosa organización se defendió de ella misma. No se lamentó. No confesó nada que pudiera delatar debilidad. Reconocerse impotente y desanimada era ponerlo todo en manos del azar, y el azar le causaba miedo como el más incierto de todos los auxiliares, el más pérfido, acaso el más amenazador.
Palabra del Dia
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