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Actualizado: 15 de mayo de 2025
Apenas si Darwin y Comte tienen uno que otro discípulo infiel. ¿Y cómo iba a escucharse la voz del maestro laico, del filósofo de la libertad, del crítico agudo y mordaz de nuestra patología política y social si aquellas sociedades provincianas son un exponente del pasado hispano-colonial con todos sus prejuicios y rutinas? ¿Podría oírse la voz de Álvarez, su crítica recia y fuerte a todos los dogmas religiosos donde el espíritu manso y serenamente episcopal del padre Esquiú preside la vida de las gentes todavía con sus sermones en olor de santidad?
Supuesto parentesco entre el hombre y el mono, contra Darwin; 1884, 8.º, segunda edición, 3,50 y 4 pesetas. Los mayos: novela original, de costumbres aragonesas, con un prólogo de D. M. Menéndez Pelayo; 1879, segunda edición, 8.º, 2,50 y 3 pesetas. Elementos de Psicología; 1881, segunda edición, 8.º, 3 y 3,50 pesetas. Elementos de Lógica; 1882, segunda edición, 8.º, 3 y 3,50 pesetas.
Más allá, yendo contra la corriente de los tiempos, los silfos no ven claro; pero, si entre ellos hay un Darwin o un Haeckel, sin duda colocará la aparición de la primera monera del mundo silfídico a una distancia proporcionalmente mucho mayor. El concepto que forman del Universo es muy distinto del que formamos nosotros.
A medida que apuro este vaso de café recobro, como si dijéramos, mi verdadera naturaleza. Una serie de cosas que yo creía injertas en mí noto que se desvanecen y que se van. Yo soy como aquel salvaje de Darwin que se había civilizado y que, al regresar a su tribu, se volvió nuevamente salvaje, perdiendo en unas horas de contacto con los suyos lo que había adquirido en diez años de esfuerzo.
Era defensor de un tal Darwin, que sostenía que el hombre es pariente del mono, lo que regocijaba a la indignada doña Bernarda, haciéndola repetir todos los chistes que a costa de esta locura soltaban sus amigos los curas los domingos en el púlpito. Y lo peor era que con tales brujerías, no había enfermedad que se resistiera al doctor Moreno.
Hasta se confesaba, en principio, partidario de las teorías de Darwin, cosa que tenía sorprendidos e inquietos a algunos de sus timoratos amigos y penitentes, pero esto mismo contribuía a infundirles más respeto y admiración. Cuando hablaba para las señoras solamente, prescindía de toda erudición que pudiera parecerles enfadosa; adoptaba un lenguaje mundano.
En este punto capital todos estamos de acuerdo. Toquemos ahora aquellos otros puntos en que no puede menos de haber discrepancia. No hemos de discutir aquí el transformismo de Darwin.
Fue una lid obligarle a poner los zapatos a diario, porque todas sus congéneres los reservan para las fiestas repicadas; fue una penitencia enseñarle el nombre y uso de cada objeto, aún de los más sencillos y corrientes; fue pensar en lo excusado convencerla de que la niña que criaba era un ser delicado y frágil, que no se podía traer mal envuelto en retales de bayeta grana, dentro de una banasta mullida de helechos, y dejarse a la sombra de un roble, a merced del viento, del sol y de la lluvia, como los recién nacidos del valle de Castrodorna; y Máximo Juncal, que aunque gran apologista de los artificios higiénicos lo era también de las milagrosas virtudes de la naturaleza, hallaba alguna dificultad en conciliar ambos extremos, y salía del paso apelando a su lectura más reciente, El origen de las especies, por Darwin, y aplicando ciertas leyes de adaptación al medio, herencia, etcétera, que le permitían afirmar que el método del ama, si no hacía reventar como un triquitraque a la criatura, la fortalecería admirablemente.
Este barbudo es Darwin; el otro, que parece un erizo blanco, mi gran tío Schopenhauer; el de más allá, Zola, con su mirada triste, como si fuese a llorar; aquel viejo tan guapo y simpático, el amigo Hæckel... Todos gentes distinguidas, apreciables puntos, que no se ofenderán de vivir con nosotros en plena alegría juvenil. ¡Las cosas que van a presenciar estos ilustres gachos!...
Los estudiantes amigos de Gabriel pusieron en sus manos los libros de Darwin, de Büchner y de Haeckel; y el secreto de la creación natural, que inquietaba su pensamiento después de la abolición de la omnipotencia divina, se desgarró ante sus ojos. Vio cómo había surgido la vida sobre aquella esfera que rodaba centenares de millones de años en el espacio, sufriendo cataclismos y transformaciones.
Palabra del Dia
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