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Actualizado: 13 de junio de 2025


¿Habéis oído, viejo? continuó el herrador, que comenzó a darse cuenta de que no se había portado de una manera digna de él y a la altura de la situación . No sigáis mirando fijamente a las personas y no gritéis más, porque, si no, vamos a haceros maniatar como a un insensato. Por eso fue que no hablé en seguida, diciéndome: este buen hombre está loco.

Como se ve, la pintoresca Losana, cuyos habitantes muy simpáticos se distinguen por su moralidad y amabilidad, es bien digna de ser la capital de uno de los mas prósperos y estimables Estados de la Confederacion, que puede figurar como un modelo en Europa.

El tío Goro de Canzana era un hombre solemne, instruído, que fumaba en pipa y dejaba crecer la barba por el cuello á guisa de corbatín. Hablaba poco, como todos los hombres que reflexionan mucho, pero sus palabras eran oráculos, sobre todo para su digna esposa la señá Felicia. No tenía más que una pasión en su vida: la lectura. Durante la semana no podía satisfacerla: las faenas agrícolas en que se ocupaba lo impedían. Pero así que llegaba el domingo solía darse un hartazgo que le dejaba consolado y esclarecido hasta el domingo siguiente. Después que salía de misa se pasaba por casa del capitán.

Claro está que yo, aspirando siempre a lo más perfecto, ora supongo que hay, ora si no hay, gustaría de que hubiese, una sociedad más escogida, elegante y honrada, un círculo de gente más selecta, dentro del cual fuese yo digna de colocarme.

Nuestra visita principió por el Recibo, donde sólo había que ver una gran chimenea, digna de competir con las llamadas de campana: tan enormes eran su tragante y su fogón.

Soy yo quien ha enriquecido a usted le dijo . Le conocía de antiguo, o por lo menos conocía su reputación. Usted se ha comido su fortuna con una grandeza digna de los tiempos heroicos. Es usted el último representante de la verdadera nobleza, en esta edad degenerada. También es usted, sin saberlo, el único hombre de París capaz de interesar seriamente el espíritu de las mujeres.

Araceli, pateando de cólera en su gabinete, se prometía tomar en lo futuro una digna venganza. En cuanto estuviese casada ¡ni uno solo de aquellos hombres ordinarios pondría los pies en la casa ducal!

Ahora se daba exacta cuenta de su amor, que en aquella época no hallaba tiempo ni ocasión para exteriorizarse en la intimidad de la vida doméstica. ¡Ah! ¡cuando descansase se decía entonces cuando viera asegurada su fortuna, qué feliz sería con aquella mujer, digna compañera de su opulencia, que parecía reinar sobre la gente más encopetada de Bilbao!... Pero llegó el ansiado descanso, y al buscar á su mujer, en vano se esforzó por encontrarla.

Hasta á pie me hundía á cada paso que daba, sintiendo bajo mis plantas un horroroso embate, cual si el abismo me acariciara, me invitara ó atrajera, agarrándome por debajo. Sin embargo, logré encaramarme en la roca, llegar á la gigantesca abadía, claustro, fortaleza y cárcel, de una sublimidad atroz, digna en verdad del paisaje. No es este lugar á propósito para la descripción de aquel monumento.

Si no está muy conmovido, de mal humor, me aventuro á interrogarle, y se digna contestarme. ¡Cuántas cosas nos hemos comunicado durante los tranquilos meses en que la muchedumbre se ausenta á las ilimitadas playas de Scheveningen y de Ostende, de Royan y de Saint-Georges! Entonces se establece cierta intimidad merced á las prolongadas conversaciones tenidas á solas.

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