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Actualizado: 19 de mayo de 2025
Para los domingos tenía un pantalón azul, más bien recortado que corto, unas botas usadas, de segunda mano, o mejor, de segundos pies, y una camisola que su madre cuidaba de planchar el sábado.
Cuidaba el celo del licenciado Salazar de exhortar á los moribundos, persuadiéndolos á que en su última agonia invocasen los dulces nombres de Jesus y de Maria, pero tuvo que lamentarse mucho su caridad á vista de la pertinacia con que espiraban.
Los hombres más inteligentes trabajaban en la reputación de la señora Chermidy, tan pronto proporcionándole ideas, tan pronto diciendo con una secreta complacencia: «Es una mujer superior, me ha comprendido.» En el curso de aquella reunión se encaró con un homeópata de renombre, que cuidaba a las personas más ilustres de París.
Hacía poco que Alhakem había hecho jurar a su hijo Abderahman como Vali-alahdi o sucesor en el imperio. El hijo cuidaba de todo, mientras que el padre se entregaba a los placeres y sólo intervenía en el gobierno cuando le agitaban sus dos más tremendas pasiones: la ira y la codicia.
Avinagró el gesto Miranda, que ya se creía libre de la moribunda, a quien si no cuidaba, le enfadaba ver cuidar; ensanchósele el corazón a Lucía, mal hallada con la idea de abandonar a su amiga en la antesala, como quien dice, del sepulcro; y Perico se dispuso a conocer París, seguro como estaba de que no faltarían a su hermana cuidados.
A su marido le quería, le cuidaba y le mimaba como la consorte más fiel y más amante. No había impedido esto que hubiese estimado después y querido de otra manera y con otros tonos y matices de cariño. Las mujeres, por lo común, no entienden que haya más que un solo cariño, que dan por completo a alguien o que reparten de este modo o del otro. Rosita no era así.
Al fin recordó que era nieto del tío Tomba, el pastor ciego á quien respetaba toda la huerta; un buen muchacho, que servía de criado al carnicero de Alboraya, cuyo rebaño cuidaba el anciano. ¡Grasies, chiquet, grasies! murmuró agradeciendo el saludo. Y siguió adelante, siendo recibido por su perro, que saltaba ante él, restregando sus lanas en la pana de los pantalones.
El que habia pintado las vidrieras no se curaba de lo que habia trabajado el escultor, ni este de lo que labraba el imaginero; ni el plomero se cuidaba de si el desagüe segun su proyecto corresponderia ó no con las vertientes que el carpintero habia dado á la armadura del comblo.
Julio no había ido á Biarritz para vivir con los suyos... El mismo día de su llegada vió de lejos á la madre de Margarita. Estaba sola. Sus averiguaciones le hicieron saber que la hija vivía en Pau. Era enfermera y cuidaba á un herido de su familia. «El hermano... indudablemente, es el hermano», pensó Julio. Y reanudó su viaje, dirigiéndose á Pau. Sus visitas á los hospitales resultaron inútiles.
Lo que por otra parte contrariaba grandemente á la duquesa, era que el encargado de representar al rey como padrino, fuese el conde de Olivares, otro intrigante, otro enemigo del duque de Lerma. Así es que la duquesa no se cuidaba de disimular su disgusto. Don Juan la saludó profundamente.
Palabra del Dia
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