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Actualizado: 6 de mayo de 2025
Decía de acercarse nuevamente a don Raimundo, y don Raimundo acababa de echarle de sí con cajas destempladas, hacía una hora: andaba el portugués aquel día, como cuervo revoloteando en el campo de batalla sobre los cadáveres abandonados; la liquidación era río revuelto y la pesca fenomenal.
Mientras la bruja, toda temblorosa, atendía, oyose fuera un grito ronco, y casi inmediatamente el cuervo Hans, penetrando en la cueva, comenzó a describir grandes círculos bajo la bóveda, agitando las alas como si estuviese azorado y lanzando lúgubres graznidos. Yégof se quedó pálido como un muerto.
Dirigieron la vista hacia donde el Capitán les había indicado, y vieron, sosteniéndose en una gruesa rama, un pajarraco negro del tamaño de un cuervo, y que a intervalos regulares daba ladridos tan perfectos que parecían salir de la garganta de un perro. ¡Dichoso país! exclamó Cornelio . No sabía que hubiera pájaros que ladrasen . Por fortuna, son inofensivos. Vámonos a dormir.
Desengáñese el señor Cuervo: si en el día y hasta el día hemos sido y somos poco ingeniosos, provechosos y gustosos, lo seguiremos siendo, aunque se repita el milagro de la Torre de Babel entre nosotros. Este milagro, por otra parte, es harto difícil de hacer.
Si exceptuamos a D. Benito Pérez Galdós y a otro par de autores a lo más, apenas los hay hoy en España verdaderamente populares y cuyos libros se compren y se lean. Con fatigas tendríamos que andar hoy para completar el número de los cuatro o cinco autores de que habla el Sr. Cuervo y cuya lectura trae gusto o provecho a los americanos. Ni siquiera en España caemos en gracia.
Vámonos dijo Paz de pronto, con la voz ahogada por un sollozo; y dirigiéndose de nuevo hacia arriba, tomó la vuelta a San Isidro. Al entrar en la calle del Cuervo, vio a Tirso parado ante el escaparate de una cerería: iba de paisano, y sólo le reconoció al escuchar su voz. Estaba seguro la dijo tristemente de que vendría Vd. ¡Era verdad! No había Vd. mentido. Adiós, señorita.
La Bohemia Nocturna lleva una corona de estrellas sobre el cabello negro, negro como el ala del cuervo que canta «¡Nunca más!», en el poema del Dolor de las almas. Sus manos son de marfil transparente, como los dedos de niebla de las Parcas, y toda ella tiene un perfume vago de azahar y de adelfas y de incienso. El Amor, el Dolor y el Misterio.
Se le veía alejarse reposadamente, con el cuervo al hombro, haciendo extraños gestos, aunque no había nadie a su alrededor; poco después, la alta figura del Rey de Bastos se fundió en los tonos grises del crepúsculo de invierno y desapareció.
Aquel cuervo fatídico que, según él, llamaba a los buenos cuando faltaba uno en el camposanto, debía estar ya despierto, alisándose con el pico las negras alas y preparando el graznido para que compareciese su prima. ¡Ay, pobrecita Mari-Cruz! ¡La mejor de la familia!... Y para que la muchacha no adivinase sus pensamientos, manteníase a distancia, viéndola de lejos, sin osar aproximarse al rincón de la gañanía, donde estaba tendida sobre un petate, cedido misericordiosamente por los jornaleros.
FERRANDO. Más de una vez. GUZMÁN. ¿A la gitana? FERRANDO. ¡No, qué disparate; no...! Al alma de la gitana; unas veces bajo la figura de un cuervo negro; de noche regularmente en búho. Ultimamente, noches pasadas, se transformó en lechuza. GUZMÁN. ¡Cáspita! JIMENO. Adelante.
Palabra del Dia
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