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Actualizado: 19 de julio de 2025
Algunos de ellos, que casi eran unos niños, llevaban en el bolsillo el cuaderno de ingresos y gastos, apuntando hasta los cinco céntimos de un vaso de agua en una estación. Sólo se trataban con gentes ricas para aceptar sus obsequios, sin ocurrírseles jamás convidar a nadie.
Cervantes, leído por Quevedo, ganaba; el chiste se hacía irresistible; la joven se reía con toda su alma. Se nos olvidaba decir que la joven tenía en la mano derecha, abandonada sobre la falda, un cuaderno de papel en que se veían escritos versos. A la cabeza de aquellos versos se leía: «Doña Estrella en la Estrella de Sevilla». Dorotea.
En esta cartera guardaba las actas de las tres sesiones que había celebrado el Comité de recibimiento del Hombre-Montaña, así como los presupuestos de gastos, presentes y futuros, para la manutención de tan costoso huésped. Además llevaba una traducción, en idioma del país, que había hecho de los versos escritos por el Gentleman-Montaña en su cuaderno de notas.
Miraba amargamente a sus compañeros, a la gente de la gañanía, satisfecha de su ignorancia, que se burlaba de él llamándole el Maestrico, y hasta le tenía por loco viéndole a la vuelta del trabajo deletrear pedazos de periódico o sacar de su faja la pluma y el cuaderno, escribiendo torpemente ante el pábilo del candil. No había tenido maestro: se enseñaba a sí mismo.
Pero yo, en los últimos años, he ido de ciudad en ciudad visitando los clubs de hombres y otras asociaciones secretas del «partido masculista». En mis conferencias les he hecho conocer el cuaderno que dejó mi padre. Reproducido por prensas clandestinas circula hoy ocultamente, y es leído como el libro sagrado del porvenir.
Todos los días había que palpar el vientre y hacer preguntas relativas a las funciones más humildes de la vida animal; don Víctor, que no se fiaba de su memoria, siempre reloj en mano, llevaba en un cuaderno un registro en que asentaba con pulcras abreviaturas y con estilo gongorino, lo que al médico importaba saber de estos pormenores.
¿Dónde has encontrado esto? pregunta Gertrudis, impresionada por el título. Un camarada, que era músico, tenía estas canciones en un gran cuaderno. De allí las copié yo. El que las ha hecho se llamaba Molinero de apellido y creo que ejercía además ese oficio. ¡Lee, lee, pronto! exclama Gertrudis. Pero Juan se niega. Es demasiado triste dice cerrando el libro. Será otra vez.
Volvió tranquilamente la página y miró de soslayo a Carolina, que estaba absorta en la lectura de un cuaderno con láminas. Lady Clara no dijo una palabra, y durante el resto de la noche permaneció absorta, contra su costumbre, y sumamente silenciosa y meditabunda.
Hacía ya dos años que guardaba el cuaderno, y nunca se atrevía a entregárselo al doctor. A menudo, en su timidez y su desesperación, llamaba a la muerte. Cuando se muriese, el doctor leería de seguro lo que ella había escrito. El doctor no sospechaba nada. Todas las noches, a las diez, se iba al restorán Babilonia y no volvía hasta el amanecer.
Mientras estaba en el servicio, Juan se ha hecho un lindo cuaderno de música, en el que ha compilado las canciones alegres y sentimentales que más le gustaban. El género sentimental es el que lo entusiasma.
Palabra del Dia
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