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Actualizado: 23 de octubre de 2025
Mientras que Kernok expresaba tan libremente su escepticismo, la vieja había estudiado las líneas que cruzaban la palma de su mano. Entonces fijó sobre él sus ojos grises y penetrantes, después aproximó su dedo descarnado a la frente de Kernok, que se estremeció sintiendo la uña de la bruja pasearse sobre las arrugas que se dibujaban entre sus cejas.
La incógnita cruzó rápidamente varias callejas sin muestras de miedo alguno y entró por la calle Ancha de San Bernardo en la plazuela de Santo Domingo. Detúvose un momento en la esquina y miró a todas partes; la concurrencia era allí todavía numerosa de máscaras que se dirigían a los bailes, transeúntes que iban de un lado a otro y carruajes que cruzaban.
Estaban en Roca Tajada; a la derecha, a pico, se elevaba el monte Arco partido por aquel desfiladero; estrecha garganta por donde sólo cabían la angosta carretera y el río Abroño que se cruzaban en mitad de la hoz pasando el camino, perpendicular al río, por un puente de piedra blanca.
Y cruzaban las pagodas, y cruzaban las pagodas cual visión de mil colores, como regias invitadas a las bodas de la luz de las estrellas y el aroma de las flores.
Ambos contendientes seguían en pie; se miraban como extrañados de que no hubiese ocurrido nada. De pronto, el barón echó a correr hacia su enemigo, éste avanzó a su encuentro, y chocaron ambos sus pechos, mientras los brazos se cruzaban espontáneamente en un estrujón amoroso.
No se atrevía á decirlo en voz alta porque era un coronel; pero toda su vida se acordó de esta escena. Cruzaban sus sables, se esquivaban, se atacaban, el príncipe con paso firme, el otro con una agilidad felina. Toledo, viéndolos rojos, creyó que era un efecto de la luz de las antorchas.
Micaela observaba la escena con estupor; relámpagos de ira cruzaban por sus ojos. No te gustaba la posturita, ¿eh? Pues, hija mía, si quieres no volver a ella hay que ser buena y obediente, ¿verdad, Micaela?
Mientras tanto, mil ideas cruzaban la mente del almadreñero; estaba pensativo sin saber por qué. Unas veces pensaba en Gaspar, que no daba señales de vida; otras veces pensaba en la campaña, que se prolongaba indefinidamente. La lámpara alumbraba con reflejos amarillentos la casita llena de humo. Fuera, no se oía un ruido.
Arriba, en los balcones, la curiosidad señalaba con el dedo a los personajes conocidos que se mostraban a la luz de los cirios, y las cabezas erguidas de algunos invitados cruzaban saludos con las señoras, sin perder por esto el gesto de gravedad propio de las circunstancias. Acercábase el epílogo de la procesión.
Subimos por el río arriba, y habiendo andado como dos millas, llegó a nuestros oídos el son de muchos y varios instrumentos formado, y luego se nos ofreció a la vista una selva de árboles movibles que de la una ribera a la otra ligeramente cruzaban; llegamos más cerca, y conocimos ser barcas enramadas lo que parecían árboles, y que el son le formaban los instrumentos que tañían los que en ellas iban.
Palabra del Dia
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