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Actualizado: 29 de junio de 2025


Lo que le había parecido en el primer momento un envoltorio de ropas contenía una vida, y se negaba á dejarse llevar. Tuvo la certidumbre de que su oído le engañaba, con el trastorno de la emoción, al hacerle oir una voz de mujer; pero al mismo tiempo creyó que Celinda le había reconocido, llamándolo con desesperado lamento: ¡Papá!... ¡papá!...

El hidalgo bajó rápidamente los ojos y respondió apenas con leve inclinación: ¡Qué es esto, Santísima Virgen! se dijo el mancebo. Sintiose tentado de volver sobre sus pasos e interpelar derechamente a don Alonso. ¡Pero no!... Llegado a su casa, y ahondando cada vez más sus cavilaciones, creyó encontrar una nueva cifra. A la misteriosa calumnia agregábase quizá la noticia verdadera de su ruina.

La enferma fantasía de Clara creyó reconocer en aquellas voces un horrible y áspero trío de las Porreñas, que volaban, envueltas en espantosas nubes, dando al viento las voces de su impertinencia, de su amargo despecho y de su envidia.

La paternidad acababa de arrojar su fardo de inquietudes, de graves afectos y penosos deberes en medio del camino de su amor. ¡Un hijo!... Adiós, juventud. Maltrana creyó que caía de golpe sobre sus hombros la capa de plomo de los años; vio más negra, más triste, la miseria en que vivía. Fue un sentimiento indefinible, en el que se mezclaban la satisfacción y el miedo.

El americano, desesperado, y desesperando de conseguir nada por estos medios, se arrojó entonces a una intentona criminal. Largo tiempo anduvo acechando el momento oportuno y buscando ocasión de encontrarse a solas con Rosa y en circunstancias en que pudiera llevar a cabo su propósito con alguna esperanza de buen éxito. Al fin creyó hallarla.

Y la carta no parecía, y su terror crecía. Por la primera vez de su vida blasfemó. Por la primera vez de su vida se creyó el más desgraciado de los hombres. Y por la primera vez se olvidó de su cocina. Esto era lo más grave que podía acontecer á un hombre como el cocinero mayor. Volvió de nuevo á su inútil pesquisa.

Aprovechó un momento en que estaba desierto el paseo para deslizarse por una escalera. Bajó dos pisos sin encontrar a nadie. Luego avanzó por un pasadizo, de puntillas sobre la tupida alfombra roja con grandes redondeles, en cuyo centro se ostentaba el nombre del buque. De algunas puertas surgían furiosos ronquidos. Creyó que sonaban detrás de él leves roces, como si alguien le siguiese.

Pero D. Custodio no era perezoso, hacía algo más que querer, obraba, y previendo que iba á dejar sus huesos en Filipinas y juzgando que aquel pais era su propia esfera, dedicóle sus cuidados y creyó liberalizarlo imaginando una serie de reformas y proyectos á cual más peregrinos.

Mi único hijo.... Emma, durante todo el primer día, estuvo sentimental, excitada; su marido creyó que la maternidad iba a transformarla, pero a la mañana siguiente despertó con bastante calentura y nada tierna; cuando la postración se lo consentía, rabiaba en la medida de sus fuerzas. Le hablaron del puerperio, de sus peligros, y sintió nuevo terror.

Además, él «no tenía instrucciones de su gobierno». Y por unas cuantas horas se creyó un hombre que había estado á punto de desempeñar un gran papel en la Historia.

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