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Actualizado: 29 de junio de 2025
Permanecía, pues, acurrucado en su silla, vuelto de espaldas al sargento mayor, y haciendo como que comía; pero en realidad, aterrado, reducido á la menor expresión, anonadado. Pero de repente, sacóle de su anonadamiento una voz que conocía demasiado. Aquella voz había saludado al sargento mayor. Aquella voz era la del galopín Cosme Aldaba.
Ea, quitáos de mi vista... y á vuestro trabajo. Muchas gracias, señor Francisco dijo Cosme Aldaba, porque las últimas palabras del cocinero habían sido para él un favor y un disfavor.
Caminaban por una senda estrecha abierta entre los maizales. El teólogo iba delante y el P. Gil detrás. Súbito aquél paró en firme el paso y la lengua. Al doblar un recodo se encontró de frente con el hijo de Cosme, que traía colgado a la espalda un cesto mediado de anguilas. Verlo el teólogo y arrojarse sobre él sin conmiseración fue todo uno.
Larga fué la vida del doctor Juan de Salinas, que llegó hasta edad de ochenta y tres años, falleciendo el 5 de Enero de 1642, en el citado hospital de San Cosme y San Damián, donde continuaba ejerciendo el cargo de administrador. Salinas fué enterrado por el clero de Santa Catalina en el convento de monjas de los Reyes.
¡Sobrino de Montiño!... exclamó el duque . ¿Y no habéis afirmado más la prueba del parentesco del reo con el cocinero mayor? Sí; sí, señor; como el reo había ido á las cocinas en busca del que llamaba su tío, fuí á las cocinas yo. Era ya tarde y solo encontré á un galopín que se llama Cosme Aldaba.
¡Rezad á Dios por el alma de un difunto! exclamó con voz concentrada el bufón ¡rogad á Dios! cocinero de su majestad. ¡Cosme Aldaba! exclamó Montiño, y cayó de rodillas y con las manos juntas á los pies del bufón. «Un clavo saca otro clavo», se dice vulgarmente. Un nuevo terror disipó el anterior terror de Montiño.
Apenas había dejado el cocinero mayor las escaleras, cuando el galopín Cosme Aldaba se quitó el mandil y el gorro, y bajó á las galerías del alcázar, dirigiéndose á la antecámara de pajes del cuarto de la reina, á cuya puerta se paró. A poco un paje talludo, rubicundo, de mirada aviesa, salió.
¿Y cómo puede ser eso? ¡pecador de mí! dijo lleno de angustia Montiño. En vos consiste. ¡En mí! Sí, señor Francisco; en vos y sólo en vos, porque sólo por vos estamos presos. ¿Por mí? Sí por cierto; ¿no decís que la reina no ha comido de la perdiz? Si hubiera comido... hubiera muerto como el paje. Sí, sí, tenéis razón... hubiera muerto dijo Cosme Aldaba.
Dirigiendo la mirada hacia un grupo donde estaba D. Acisclo, observé que nos miraban sonrientes. Después supe que éste les había dicho: Miren ustedes a Joaquinita con la caña. Por fin llegó la carta de mi tío, y dentro de ella otra muy expresiva para un prebendado de la catedral llamado D. Cosme de la Puente, recomendándome.
Para la invención y disposición de las decoraciones, había Felipe IV tomado á su servicio al ingenioso Cosme Loti, constructor de máquinas italiano; y si nos hemos de atener á las prolijas noticias de él que han llegado hasta nosotros, no es posible dudar de que había llevado á tal perfección su arte, que quizás no fuese aventajado ni aun por los maquinistas de ópera de nuestra época.
Palabra del Dia
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