Vietnam or Thailand ? Vote for the TOP Country of the Week !
Actualizado: 1 de junio de 2025
Maltrana, al despertar, veía a Feli ante un montón de corsés, cosiendo animosamente. Inclinaba el rostro, enjuto por la debilidad, y seguía la marcha de la aguja con sus ojos profundos y melancólicos, única belleza que aún se mantenía intacta en ella. Isidro, al volver a su casa a altas horas de la noche, tenía que hacer grandes esfuerzos para que se acostase.
La joven, viendo a todas horas a estas gentes de aspecto terrorífico y costumbres pacíficas, ya no las tuvo miedo. Las mujeres, por su parte, en fuerza de contemplarla junto a la ventana trabajando en los corsés, acabaron por sentir admiración.
La escasez, con sus angustias, le agriaba el carácter. El señor Vicente, tal vez por esto, parecía rehuir su trato. Entraba y salía sin verle, sin hablarle. Ya no se acercaba a Feli con su bondad misteriosa para dejar dinero encima de los corsés. En cambio, una tarde que ella estaba sola, llegaron el Indio converso y aquel cura viejo, vagabundo como el señor Vicente.
Hasta buscó recomendaciones para algunos concejales, pidiéndoles un puesto cualquiera en las dependencias del Ayuntamiento. Apenas llevaba paquetes a la fábrica de corsés cercana a la Puerta del Sol. Hacía dos semanas que Feli tenía en casa la misma docena, sin poder terminarla. Estaba enferma, muy enferma. Maltrana seguía con inquietud los progresos de su mal.
Sentábase a la mesa, mojaba la pluma en el tintero, se acariciaba la frente; pero a su espalda cantaba la aguja al perforar el lienzo, crujían los corsés al amontonarse, zumbaban las moscas en torno de su cabeza, y el calor pesado y asfixiante cubría su piel de perlas de sudor. Rompía papeles y más papeles, y acababa por dejar la pluma con rabioso movimiento.
Saborear la mejor perdiz y la mejor lamprea de la plaza y usar con codos y rodillas la mejor batista, y enredar los dedos entre los mejores encajes, y derramar por sábanas, camisas, corsés, medias y pantalones, las esencias más caras, con profusión, causando el asombro de Eufemia, era género de delicia que se aumentaba con la idea de la mala pasada que les estaba jugando a todos aquellos parientes, en particular a Bonis y a su tío.
Nacieron de aquí la confianza y alguna familiaridad, hasta donde es lícito y decoroso que la familiaridad se entable entre una dama principal y una trabajadora plebeya; pero al fin, como doña Inés tenía que mostrarse a Juanita en paños menores para probarse corsés y vestidos, ¿qué mucho que la confianza naciese y creciese?
En Villalegre se gastaban corsés, y hasta era Juana la Larga quien mejor los hacía; pero la indómita Juanita nunca quiso meterse en semejante apretura ni llevar aquel cilicio que para nada necesitaba ella y que entendía que hubiera desfigurado su cuerpo.
Las ropas casi impalpables por lo finas, los perfumes más rebuscados, los corsés llenos de encajes no conseguían destronar de su memoria los lienzos que envolvían a Cristeta, el natural aroma de su limpio cuerpo y el modesto corsé blanco que tanto les hacía reír, entre impacientes y burlones, cuando se le hacía nudos la trencilla. ¡Misterio incomprensible!
Palabra del Dia
Otros Mirando