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O no se convencía Ponte, o convencido de lo buena que sería para él la posesión de la peseta, le repugnaba el acto material de extender la mano y recibir la limosna.

Estamos en el tiempo del experimento. Pasó el tiempo del puro raciocinio, del criterio teórico; pasó el tiempo medio caballeresco y medio fantástico, en que la ciencia convencia al mundo y lo gobernaba ocultamente, empeñando palabras de honor.

¡Si por lo menos a ellos dos se les hubiera ocurrido, más tarde, seguir los vuelos de mi imaginación! pero mientras más tiempo Roberto permanecía entre nosotros, más observaba las relaciones de Marta con él, y más me convencía de que el interés que yo les prodigaba, se perdía totalmente.

Don Juan gozaba de un bienestar completo; se adormía en las ardientes ilusiones de su pensamiento; abrasaba con deleite su alma en aquel amor afortunado. ¡Suya doña Clara! ¡Su mujer doña Clara! ¡Doña Clara la madre de sus hijos, el dorado rayo del sol de su casa, su compañera de por vida! Don Juan se creía soñando, y cuando se convencía de que no soñaba, moría de impaciencia.

28 porque con gran vehemencia convencía públicamente a los judíos, mostrando por las Escrituras que Jesús era el Cristo. 1 Y aconteció que entre tanto que Apolos estaba en Corinto, Pablo, andadas las regiones superiores, vino a Efeso, y hallando ciertos discípulos, 2 les dijo: ¿Habéis recibido el Espíritu Santo después que creisteis?

Pero de repente se serenó y soltó una carcajada insensata. ¡Vamos, señor! dijo he perdido el tino; en vez de venirme á mi casa, me he venido á otra puerta. Y siguió el corredor adelante. Pero á medida que adelantaba se convencía de que estaba en el corredor de su vivienda. Entonces volvió á sobrecogerle el terror, y se volvió atrás, y volvió á llamar, pero de una manera desesperada.

Cuando al final se convencía de que el oro no era abundante y costaba mucho de acopiar, proponía, para la obra santa de la conquista de Jerusalén, establecer un comercio de esclavos indios en la Península, tráfico que podía dar una ganancia anual de cuarenta millones de maravedíes. Y a continuación enviaba las primeras muestras de indígenas al mercado de Sevilla.

Martín llegó a convencerse de que la buena señora tenía una imposibilidad irreductible para enterarse de la cosas. Lo veía todo a su gusto y se convencía de que los hechos era como se los había pintado su fantasía. Si de la madre cualquiera hubiese dicho que le faltaba un tornillo, no podía decirse lo mismo de su hija.

Eran vanos todos sus esfuerzos por salir de la monomanía de su existencia, por rejuvenecerse sacudiendo la vejez de ánimo. Se convencía con tristeza de que era imposible la repetición de la aventura. Pero se cansó pronto de aquellas relaciones.

La suya delante, siempre delante, entapujadita y sin dejarse ver la cara... Claro, que él veía la figura con los ojos del alma... Pues bueno: cuando conoció a Benina, una mañana que por primera vez se presentó ella en San Sebastián, llevada por Eliseo, el corazón, queriendo salírsele del pecho, le dijo: «Esta es, esta sola, y no hay otra». Más hablaba con ella, más se convencía de que era la suya; pero quería dejar pasar tiempo, y priebarlo mejor.