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Actualizado: 15 de junio de 2025
La niña no se convencía, y a estas razones oponía otras muy cuerdas. Pero la pícara se callaba lo principal, y lo principal era que tenía otro novio, a quien de veras amaba. Este otro era un oficial de Artillería, llamado, de muy buena presencia y gentil figura.
La carga de la bebida en su estómago no tuvo poca parte en aquel desaliento horrible, durante el cual vio desfilar ante su mente los treinta años de fracasos que formaban su historia activa... Lo más singular fue que en su tristeza sentía una dulce voz silbándole en el oído: «Tú sirves para algo... no te amontones...». Mas no se convencía, no. «Al que me dijera pensaba , cuál es la judía cosa pa que sirve este piazo de hombre, le querría, si es caso, más que a mi padre». Aquel desventurado era como otros muchos seres que se pasan la mayor parte de la vida fuera de su sitio, rodando, rodando, sin llegar a fijarse en la casilla que su destino les ha marcado.
Llegaba a primera hora, acompañada de su tío, se acomodaba en una galería alta, tendía la vista por la sala, y cuando se convencía de que Juan no estaba, se volvía a casa con las lágrimas agolpadas a los ojos y la esperanza refugiada en lo más hondo del alma. No era su propósito hacerse la encontradiza, ni hablarle, ni menos reconvenirle; lo que ansiaba era verle.
Creía conocer todo lo que ocurría en el país, y ahora se convencía de que ignoraba lo más importante.
El sarampión, el garrotillo... ¡Pues nada te quiero decir de las amas!... ¡qué calamidad!... Luego estás hecha una esclava... Que si comen, que si se indigestan, que si se caen y se abren la cabeza. Vienen después las inclinaciones que sacan. Si salen de mala índole... si no estudian... ¡qué sé yo!...». Jacinta no se convencía.
La mujer del profesor Boehme le censuraba sus juveniles composiciones, las enmendaba y podaba sin piedad, y le convencía al cabo de que eran malas y hacía que él las quemase. ¿Qué poder y que autoridad no debe ejercer una mujer sobre un poeta para obligarle a tamaño sacrificio? Catalina Schönkopf rompió con Goethe, no por la frialdad sino porque la atormentaba con celos.
Jacinta no se convencía, y en cuanto a la enfermedad, su opinión era muy distinta de la de su suegra. Aquella noche le cogió por su cuenta para echarle un buen réspice. Barbarita II y su hermana tenían delante a Moreno, que en los primeros momentos de aquella situación, decía de dientes para adentro: «Creo que si no estuviera presente la polla, le diría algo.
He sido algo de eso que dicen; pero a los hombres les corresponde más culpa que a mí... He sido una loca sin freno en mis caprichos, dejándome tentar unas veces por el esplendor de la riqueza, otras por la hermosura o por el valor; huyendo tan pronto como me convencía de que no había de encontrar nada nuevo, sin importarme la desesperación de los hombres al ver su ensueño interrumpido.
La Ignacia y Martín, por consejo del médico, obligaron al viejo a que suprimiese toda bebida, fuese vino o licor; pero Tellagorri, con tal procedimiento de abstinencia, languidecía y se iba poniendo triste. Sin vino y sin patharra soy un hombre muerto decía Tellagorri ; y, viendo que el médico no se convencía de esta verdad, hizo que llamaran a otro más joven.
En París, y hasta en Madrid, se ama a las señoras casadas sin inconveniente. En esto no hay diferencia entre el amor puro y el ordinario». Importaba mucho al jefe del partido liberal dinástico de Vetusta que Paquito le creyera enamorado de aquella manera sutil y alambicada. Si se convencía de la pureza y fuerza de esta pasión, le ayudaría no poco.
Palabra del Dia
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