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Actualizado: 8 de julio de 2025


Sucedió, pues, que al medio de la temporada el primer tramoyista contrajo matrimonio: era un hombre de unos treinta años de edad, feo, silencioso, sombrío, ojos negros hundidos, barba rala y erizada; inteligente con todo y amigo de cumplir con su deber.

El P. Gil estaba sentado a su mesa de escribir, leyendo a la luz de un quinqué. Una sonrisa de afecto y entusiasmo contrajo los labios de la joven devota. Abrió de golpe la puerta para darle una grata sorpresa y exclamó con alegría: ¡Padre, aquí me tiene usted! El sacerdote levantó los ojos sorprendido. La sonrisa de la beata se heló repentinamente en su rostro.

Para destruir el delito es absolutamente indispensable destruir los gérmenes. Pero ¿qué culpa tienen esos pobres niños? exclamó cada vez más estupefacto el hombre. ¿Qué culpa tienen esos pobres niños de que su padre sea un bandido? Una sonrisa de lástima contrajo los labios e hizo brillar un momento los ojos mortecinos de Sánchez. ¿Culpa? Esa palabra es un absurdo científico.

»Yo no me desespero; perfectamente el mal que la mina, es una afección a la vejiga que contrajo, a consecuencia de las malas aguas, durante nuestra estancia en Madrid... ¡Hágase la voluntad del Señor! »Me olvidaba decirle que nos hemos mudado de alojamiento; dejamos la Embajada francesa para no tener relaciones con el «Gallo enjuto», y vivimos ahora en el Palacio de la Legación de Inglaterra.

Huelga decir que así creo yo en estas patrañas como en las consejas de vestiglos y gigantes; pero, si he de hablar cabalmente, no encuentro que la simple curiosidad baste a explicar vuestros cotidianos paseos por la morería. Contrajo su labio el mancebo con un gesto de cólera, y la sangre encendiole de súbito el rostro. ¿Qué hacer?

Habia ó hay un magnate francés, á quien las adversidades políticas llevaron emigrado á Lóndres. Allí contrajo relaciones con una señora, de la cual tuvo varios hijos, y á quien consumió una fortuna que consistia en diez y ocho ó veinte millones de reales.

Me sorprende muchísimo, señor de Moreno le dijo un día D. Pantaleón, después de oírle exponer asombrosamente durante media hora lo menos «las enfermedades de la sangre del ratónme extraña muchísimo que con los grandes conocimientos que usted posee no sea usted médico o ingeniero, o por lo menos doctor en ciencias. La boca de Adolfo se contrajo con una sonrisa dolorosa y sarcástica.

Corrió con precipitación febricitante hacia el cuarto del intendente, se dejó caer sobre la puerta, apoyó contra ella el hombro, se arqueó sobre las piernas, contrajo los músculos para vencer el obstáculo de la cerradura. La puerta había sido sin duda mal cerrada, porque se abrió al primer empuje. Un grito ronco salió de la garganta de la viuda semienloquecida.

Para dar en la cabeza a su marido según ella decía volvió a sus antiguos gastos, a la ostentación falsa de una fortuna que no existía; contrajo, por su parte, deudas y guiada por el engañoso pundonor de las gentes que se arruinan, en vez de vender fincas y ponerse a flote, prefirió gravar sus inmuebles con hipotecas y echarse en brazos de la usura, buscando préstamos con intereses aplastantes.

¡No siempre dijo, hace Reyes el Cielo a quienes deberían llevar la corona! El rostro de Sarto se contrajo al estrechar mi mano. El diablo se mezcla en muchas cosas y las echa a perder dijo. Las personas que estaban en la estación, miraban con insistencia al desconocido de alta estatura y encubiertas facciones, pero no hicimos el menor caso de su curiosidad.

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