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Actualizado: 20 de mayo de 2025
El capitán Laroque, con el cuerpo encorvado y la cabeza pendiente, continuaba fijando sobre mí su incierta mirada. En fin, pareciendo hallar de pronto un asunto de conversación de un interés capital, me dijo con voz sorda y profunda: El señor de Beauchêne ha muerto.
Pero aguarde usted, santo varón; espere usted, ¡deliberemos; formemos un plan!... ¿a dónde me lleva usted? Por lo visto tampoco oía a Quintanar aquel santo varón, porque continuaba subiendo a paso largo, sin mirar hacia atrás un momento.
El tumulto de que poco antes hablé, continuaba más reciamente, y algunas personas atravesaron a toda prisa la plazuela. Entre éstas vi un hombre, un caballero que azorado y con miedo corría, volviendo la vista atrás, deteniéndose a cada dos pasos, y vacilando luego sobre qué dirección tomaría.
María continuaba con la frente pegada a los cristales, sumida, al parecer, en una de sus largas y frecuentes meditaciones a que ya estaban acostumbrados los de casa, en realidad explorando con ojos ansiosos las sombras que envolvían la plaza de Nieva, sin atender poco ni mucho a la frívola conversación que los amigos de la casa sostenían.
Y continuaba animándola con todas las palabras consoladoras que podía encontrar. Ella me escuchaba sin decir palabra a veces me aprobaba con un movimiento de la cabeza y una sonrisa que expresaba tristeza y cansancio indecibles, vagaba por sus labios.
Ferpierre continuaba con redoblada curiosidad la lectura de las memorias, en busca de lo que más urgía. Después de las rápidas alusiones a la catástrofe, el magistrado no encontró más que descripciones de países. La joven viuda llevaba su luto de lugar en lugar, por el Rhin, en Holanda, en Escocia, y sólo en este último país tenían fecha las memorias.
De vez en cuando, en los cortos intervalos de silencio levantaba graciosamente la cabeza, preguntándome: ¿Va V. a gusto conmigo? ¿Le estorbo? Y cuando me oía protestar vivamente contra semejante duda, su rostro expresivo se iluminaba de alegría y continuaba hablando. Habíamos recorrido algunas calles.
Si ésta se presentaba serena y despejada, menos mal, porque se encendían los farolillos y continuaba la danza otra hora más; pero si Cabarga se encapotaba y era la brisa húmeda, síntomas infalibles de lluvia inmediata, daba la comisión las órdenes oportunas á los músicos, después de tomar las de las señoras; y allí nos tenían ustedes bajando á Santander, al compás de un pasodoble, cada uno con su cada una, ofreciéndoles aquí la mano para saltar una zanja, y allá el pañuelo para sacudir el polvo.... ¡Y era de ver, si llovía, cómo las delicadas sílfides, sacando fuerzas de flaqueza, arremetían con el lodo, cubriéndose el busto con la falda del vestido! ¡Y era hasta de admirar aquella procesión de blancas enaguas, iluminadas apenas por la mortecina luz de los veinticuatro faroles que enarbolaban los más obsequiosos acompañantes, á guisa de maceros ó reyes de armas, en sus diestras!
El torero también se alarmó escuchando estos elogios de ruda admiración. ¡Maldita sea! ¡En su cortijo... y en su misma cara! Si continuaba así, iba a subir en busca de la escopeta, y por más Plumitas que fuese el otro, ya se vería quién se la llevaba. El bandido pareció comprender de pronto la molestia que causaban sus palabras, y adoptó una actitud respetuosa. Usté perdone, señora marquesa.
La pequeña casa de la calle del Carpio continuaba siendo la fragua donde se forjaba la dicha conyugal de los honrados vecinos de Lancia. El que acudía con más constancia era Paco Gómez. La razón, que le habían arrojado de casa de Quiñones a consecuencia de una frase de las suyas.
Palabra del Dia
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