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Actualizado: 11 de mayo de 2025
»Gerardo Broschi, que así se llamaba, era un verdadero artista que no carecía de talento, ni tampoco de amor propio. Pero el amor a su arte le había trastornado; nunca hablaba más que de música; siempre llegaba cantando, y a veces contestaba a mi tío con un recitado.
No le pedía respuesta, porque no me juzgase muy osado; pero le daba las señas de mi habitación por si se compadecía de mí y me contestaba sin pedirle yo que lo hiciese. No era mala precaución repuso Amaury. No, no era mala, pero en cambio era excusada, amigo Amaury.
Cuando la condesa y Pedro entraron, la mitad de la danza decía cantando: ¡Ay, un galán d'esta villa! ¡Ay, un galán d'esta casa! La otra mitad contestaba: ¡Ay, diga lo qu'él quería! ¡Ay, diga lo qu'él buscaba! La melodía era suave y monótona.
Comenzó la profesión de fe. El obispo preguntaba, leyendo por un libro, si estaba pronta a dejar la vida del mundo y el comercio de las criaturas para consagrarse exclusivamente al servicio de Dios. María contestaba que había escuchado la voz del Señor y corría presurosa a su llamamiento.
Si después de verla el parroquiano la quería más cara o más barata, o prefería otra equivalente más de su gusto, hasta dos veces lo llevaba doña Ramona con paciencia, pero a la tercera, recogiendo la droga que nunca había soltado por completo de su diestra, contestaba secamente y volviendo la espalda: «No lo hay», aunque estuviera llena de ello la droguería.
Isabel contestaba sonriendo y con transparente satisfacción. No sé: creo que hasta ahora no le ha dado por ahí. Está tan metido por mis faldas que parece un niño de tres años.... La verdad es que le ha de costar trabajo hallar una mujer que le quiera tanto como yo. Y así era como ella lo decía.
Cuando salía, contestaba distraído, impaciente: No sé, no tengo nada, ¡déjenme en paz!
Está arruinado, desacreditado, y proscrito: tres ruinas pesan á un mismo tiempo sobre el comerciante. La ruina del dinero, la ruina del nombre, y la ruina de la libertad. ¡Está perdido! decía todo el mundo. Y él contestaba en su interior: ¡no, no estoy perdido! ¡Ya no vuelve á España! volvian á decir, aún las personas que le tocaban más de cerca.
Esa misma noche, Schiller me contestaba en este diálogo admirablemente entre Tell y su hijo: Walther, mostrando el Bannberg. Padre, ¿es cierto que sobre esa montaña, los árboles sangran cuando se les hiere con el hacha? Tell ¿Quién te ha dicho eso, niño?
Es una mercancía delicada solía decir. No era el capitán de los que consideran que para cumplir como un buen negrero hay que maltratar al ganado humano. Prefería matar a un marinero que a un negro. Varias veces le reprocharon esto, y él contestaba: ¡Qué imbéciles! ¿Cómo quiere compararse un marinero con un negro? Un marinero no vale nada; lo reemplazo con otro en cualquier parte.
Palabra del Dia
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