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Actualizado: 7 de octubre de 2025


Esto halagaba mi vanidad, pero no llenaba mi corazón. ¡A! ¡no! en él resonaban huecos los aplausos; le aturdían, pero no le conmovían. Y me faltaba algo; yo era pobre; trabajando á partido ganaba poco; me veía obligada á alquilar trajes, en que todo era falso y muchas veces viejo; otras llevaban sedas y brocados, y perlas y diamantes... eran queridas de algún gran señor.

Pero algunos gritos, los empellones, y dos o tres disputas que se promovieron entre el gentío, iban empujando, mal de su grado, a la Tribuna hacia la vetusta escalera del taller, cuando en este se sintieron pasos que conmovían el piso, y un inspector de labores, con la fisonomía inquieta del que olfatea graves trastornos, apareció en el descanso.

Aunque no era posible distinguirle todavía al través de la densa niebla, se adivinaba que iba acercándose rápidamente, por las sordas trepidaciones que conmovían el suelo... El temblor asustadizo de las hojas y de las ramas que el tren movía a su paso, llenaba el bosque de un misterioso murmullo.. Pronto apareció la poderosa máquina como surgiendo súbitamente de la niebla, la fila serpenteante de los vagones se dibujó en negro sobre los húmedos verdores y, con gemidos casi humanos, se detuvo el tren en seco ante la humildísima estación.

Pero el amo no se daba cuenta de nada, cegado por la emoción. La vista de las dos filas de hombres marchando entre las cepas y el canto reposado del sacerdote, conmovían su alma.

Este canto infernal salía de la tienda cuya descripción hemos presentado en el capítulo anterior, y quien lo ejecutaba era el poseedor de aquel establecimiento, el insigne Ramón Pérez. Entonaba las palabras Triste Chactas, etc., con una expresión, con un entusiasmo que le conmovían a él mismo hasta llenarle los ojos de lágrimas.

Jacobo sencillo, dulce, un poco grave, y tan diferente de si mismo que era imposible reconocerle, se complacía en hablar con miss Harvey que le pedía interminablemente el relato de sus aventuras y de sus miserias. El joven confesaba sus errores, sus locuras y sus faltas y describía los sufrimientos de su vida con una humildad y una emoción, que conmovían profundamente á la americana.

Las nuevas ideas, que entonces conmovían profundamente el corazón de la juventud, habían hallado en el joven Lázaro un creyente decidido. Era uno de los que, brotados en el tumulto de un aula de Filosofía militaban con pasión generosa en las filas de los propagadores políticos, entonces tan necesarios.

Las mujeres iban cubiertas con un largo manto negro, igual al de las chilenas; los hombres con un poncho amarillento y ancho sombrero, duro y rígido como si fuese un casco. Todos se conmovían, hasta llorar, viendo entre las nubes de incienso de los sacerdotes y las bayonetas de los soldados al Cristo prodigioso clavado en la cruz, sin más vestido que un hueco faldellín de terciopelo.

Tal vez se imaginaba que las palabras de doña Manuela conmovían al descarriado, haciéndole entrar en el camino del arrepentimiento; no adivinaba ni aun remotamente que su marido, por una aberración extraña, en la que entraba por mucho el amor propio, comenzaba a entusiasmarse con la belleza algo marchita de la esposa de su antiguo principal.

Unas ondulaciones largas e irregulares conmovían el buque de tarde en tarde, pero la proa las saltaba con facilidad. En el comedor era menos numerosa la concurrencia. Muchos habían tomado su alimento sobre cubierta, temiendo marearse en el encierro de abajo. Luego de comer, la tranquilidad del mar serenó los ánimos y las digestiones, restableciéndose cierta alegría en el jardín de invierno.

Palabra del Dia

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