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Actualizado: 7 de mayo de 2025
No se sabe a dónde irá a parar esta anarquía. ¡Las acciones a 138!... Pase usted, Aparisi... Es Aparisi que viene a almorzar con nosotros». El concejal entró y saludó a los dos Santa Cruz.
¡Ya lo creo, como que sólo tú eres el inteligente! exclamó vivamente el concejal . Mira, Cobo, aquí el general puede hablar porque tiene motivo, ¿estamos?... pero tú debes callarte porque me gastas una oreja como la de una cocinera. Pero hombre, ¿por qué se picará tanto Ramoncito, en cuanto usted le dice algo? preguntó el general riendo.
Parecía preocupada, triste, y dirigía frecuentes y rápidas miradas hacia el sitio donde el propio Ramón estaba. Verdad que detrás de él, en un diván, se hallaban sentados Pepe Castro y Lola Madariaga, charlando con gran animación. Pero el concejal no se hizo cargo de esto. Cuando León se levantó, Ramoncito le llevó aparte a un rincón y le dió con frase sentida sus quejas.
El concejal estaba tan conmovido que apenas pudo murmurar algunas palabras de gracias. Salió de la estancia casi a rastras. Una vez en la calle, Pepe le felicitó calurosamente y le anunció que aquella firmeza daría buenos resultados. Pero él acogió las enhorabuenas con marcada frialdad.
El despecho de ésta se manifestó llamando a Ramoncito, que se mantenía un poco alejado. Y usted, Ramón, ¿por qué no se queda? ¿Come usted también en casa de tía Clementina? No: yo no.... Pues quédese usted, hombre. Ya procuraremos que no se aburra. ¡Yo aburrirme al lado de usted! exclamó el concejal, casi desfallecido de placer. Nada, nada: definitivamente se queda ¿verdad?
Gracias, Pinedito, gracias respondió el joven algo amoscado .Pues ya que he llegado a esa categoría, te ruego que no seas tan guasón. ¡Hombre, tampoco está mal eso! exclamó Pepa Frías con asombro . Ramoncito, va usted echando ingenio. El joven concejal fué a sentarse entre la niña de la casa y la menor de Alcudia, que se apartaron de mala gana para dejarle introducir su silla.
Cinta asintió con un silencio doloroso á esta resolución, como si la hubiese adivinado mucho antes. Era algo inevitable y fatal que debía aceptar. El fabricantes Blanes tartamudeó de asombro. ¡Volver á su vida de aventuras cuando los grandes señores del partido se ocupaban de su persona!... Tal vez en las primeras elecciones le hiciesen concejal. Ferragut rió de la simpleza de su primo.
La vanidad hacía a Ramoncito no sólo torpe, porque es regla bien sabida que cuando se galantea a una mujer no debe alabarse con demasiado calor a otra, sino un tantico atrevido dirigiéndose a niñas. Estas se miraban sonrientes, brillándoles los ojos con fuego malicioso y burlón que el joven concejal no observaba. Y diga usted Ramón, ¿no se ha declarado usted a ella? le preguntó Pacita.
las exageraciones liberticidas de la demagogia roja y de la demagogia blanca como si las estuviera mirando pintadas en la pared de enfrente; el ex-subsecretario de Gobernación, Zalamero, leía clarito en el porvenir el nombre del Rey Alfonso, y el concejal decía que el alfonsismo estaba aún en la nebulosa de lo desconocido.
Pasó el tiempo; murió el ganadero, Pepe Ronzal dejó de ser el Estudiante, vendió tierras, se trasladó a la capital y empezó a ser hombre político, no se sabe a punto fijo cómo ni por qué. Ello fue que de una mesa de colegio electoral pasó a ser del Ayuntamiento, y de concejal pasó a diputado provincial por Pernueces.
Palabra del Dia
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