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El primer oficial, secundado por los ayudantes de la comisaría, organizaba el desfile, cuidando de que todos, después de arremangarse el brazo, presentasen con la otra mano el papel de su pasaje. El acto de la vacunación era a la vez un recuento.

El cura no oyó más, y salió en dirección a la comisaría a dar cuenta de que lo habían robado. Se abrió la puerta y en el cuarto no se encontró sino un catre y un cabo de vela. Enfermo y enfermero se habían hecho humo. Para engañar al pobre Cañete, los ladrones halagaron su pasión dominante.

¡Bueno!... ¡Llevá tus pilchas a casa y decile al sargento Gómez que te acomode con él! ¡Está bien, señor! Di media vuelta y salí como con alas en los talones. Ir a servir con el sargento Gómez, el agente mejor reputado en la comisaría, el crédito de la sección, era para la gloria. ¡Pedir más, la verdad, hubiera sido tentar la suerte!

Alcachofa, el ladrón más decidor que he conocido, decía siempre, cuando lo llevábamos a la comisaría: ¡Aquí me tráin , señor!... ¡siempre por lo mismo!..., secuestro de marengos parodiando el estilo de los partes policiales ¡a un gringo que quería volar!

Serca de dos horas en este horno... Er comandante, porque soy español, me da siempre estos encargos. ¡Con lo que tengo que escribí en la comisaría!... Y salió apresuradamente, cruzándose con el abate, que volvía en busca de sus ornamentos para colocarlos uno por colocarlos uno por uno, bien contados y limpios, en los estuches de viaje. La banda de música tocaba su concierto matinal.

Hablaba con vagas alusiones de la temible navaja, cuyo escondrijo nadie lograba encontrar. Iba a salir a luz de un momento a otro. Y si la saco, se acaba too... ¡too! Sintió una mano en un hombro y volvió la cabeza. Era don Carmelo el de la comisaría: el hombre que le inspiraba más respeto en el buque; todo un caballero, y además paisano.

De la farmacia nos fuimos a la Casa de Socorro, y de la Casa de Socorro a la Comisaría. Entablé mi reclamación y me fui a la cama, donde, a los quince días, recibí una comunicación del Juzgado de Atarazanas. Por fin ha llegado la mía pensé. Pero, al leer la comunicación, sufrí un horrible desengaño.

Se discute aún si el tiro partió de la comisaría, o de los amigos, o de los contrarios, o de un asesino suelto, enemigo personal por esto o por aquello. Probablemente no se sabrá nunca la causa; la verdad está ya tan soterrada por tal cúmulo de versiones contradictorias e interesadas, que nunca se logrará desenterrarla.

Al día siguiente el acceso, no esperado hasta el crepúsculo, tornó a mediodía, y Podeley fué a la comisaría a pedir quinina. Tan claramente se denunciaba el chucho en el aspecto del mensú, que el dependiente bajó los paquetes sin mirar casi al enfermo, quien volcó tranquilamente sobre su lengua la terrible amargura aquella. Al volver al monte, halló al mayordomo.

Un amigo fiel acababa de traer el aviso. La muchachita tísica arrojó el cigarro, escapando con un temblor cerval, que aún hacía más angustiosa su tos. La beoda abrió los ojos, miró en torno y volvió á cerrarlos, murmurando: ¡Que vengan! En la comisaría se duerme lo mismo que aquí. Elena se apresuró á huir.