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Actualizado: 10 de mayo de 2025
24 Y durmió Joram con sus padres, y fue sepultado con sus padres en la ciudad de David; y reinó en lugar suyo Ocozías, su hijo. 25 En el año doce de Joram hijo de Acab rey de Israel, comenzó a reinar Ocozías hijo de Joram rey de Judá. 26 De veintidós años era Ocozías cuando comenzó a reinar, y reinó un año en Jerusalén. El nombre de su madre fue Atalía hija de Omri rey de Israel.
Más tarde, cuando el marido se fue a acostar, renegando de Dios y maldiciendo de los hombres, ella dio un beso a cada niño, y enseguida, postrándose de rodillas ante una grosera estampa de Cristo pegada en la pared, comenzó a orar entre dientes.
Dejemos a estos caballeros en su figón almorzando y descansando, que sin dineros pedían las pajaritas que andaban volando por el aire y al fénix empanado , y volvamos a nuestro astrólogo regoldano y nigromante enjerto, que se había vestido con algún cuidado de haber sentido pasos en el desván la noche antes, y, subiendo a él, halló las ruinas que había dejado su familiar en los pedazos de la redoma, y mojados sus papeles, y el tal Espíritu ausente; y viendo el estrago y la falta de su Demoñuelo, comenzó a mesarse las barbas y los cabellos, y a romper sus vestiduras , como rey a lo antiguo.
Quitaremos la mesa dijo doña Manuela, y comenzó por guardar para don José lo poco que quedara de la perada y del turrón. ¿Quiere Vd. que le acostemos entre ese y yo? preguntó Millán al enfermo. Van a dar las doce; en vilo le llevaremos a Vd. a la cama.
Estando en esto, acertó a pasar por allí un muchacho que iba de camino, el cual, poniéndose a mirar con mucha atención a los que en la fuente estaban, de allí a poco arremetió a don Quijote, y, abrazándole por las piernas, comenzó a llorar muy de propósito, diciendo: ¡Ay, señor mío! ¿No me conoce vuestra merced?
¡Ca!... ¡Primero me quitan la vida!... Tuve tiempo de romperla y echar los pedazos por el vertedero del baño. ¡Berr! hizo Butrón como si le dieran náuseas; y con las manos cruzadas a la espalda, actitud de las grandes perplejidades, y fruncido el formidable guardapolvo de sus cejas, señal en él de graves preocupaciones, comenzó a medir a grandes pasos la estancia.
Carmen, poseída de piedad, comenzó a decirle con su voz hialina, como susurro de arroyo: Yo te perdono, Julio; yo tengo mucha lástima de ti...; yo te quiero...; y Dios también te quiere y te perdona...; no te mueras con rencor ni con maldad...; reza..., reza el nombre de Jesús...; ya amanece tu día, Julio....
La desgracia, como cansada del tesón con que los dos compadres sabían eludirla, comenzó a cebarse en ellos. Era en vano que con riesgo de su vida esquivasen durante la noche los pasos difíciles de la sierra. Por tres veces les sorprendieron cerca de la ciudad, en los llanos de Caulina, cuando se creían ya en salvo.
Su amigo íntimo y compañero de colegio, Perico Mendoza, también comenzó cuando él la carrera de derecho, pero con muy diversos auspicios. Desde la apertura del curso no hubo estudiante más puntual ni más diligente; cargado siempre de cuadernos camino de la Universidad, o metido en su cuarto poniendo los apuntes en limpio; esta era su vida.
Comenzó por abrir la carta con la punta de los dedos; me miró sonriendo, leyó unas cuantas líneas, volvió a sonreír, y por último, aumentando su jovialidad, prorrumpió en una franca carcajada que a mí me dejó desconcertada. Con todo, como acabó de leer la carta de cabo a rabo, ya iba yo recobrando una ligera esperanza, cuando súbitamente vi que la rasgaba.
Palabra del Dia
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