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Actualizado: 13 de noviembre de 2025
Vestía el poderoso comerciante su mejor paño, la dama elegante su mejor seda, y los muchachos artesanos, lo mismo que los hombres del pueblo, ataviados con sus pintorescos trajes salpicaban de vivos colores la masa de la multitud. Movíanse en el aire los abanicos, reflejando en mil rápidos matices la luz del sol, y los millones de lentejuelas irradiaban sus esplendores sobre el negro terciopelo.
El animal parecía amaestrado por el lidiador, le obedecía en todos sus movimientos, hasta que éste, dando por terminado el juego, abría sus brazos con una banderilla en cada mano, erguía sobre las puntas de los pies su cuerpo esbelto y menudo, y marchaba hacia el toro con majestuosa tranquilidad, clavando los palos de colores en el cuello de la sorprendida fiera.
Pero á continuación la declaraba igualmente la mujer más distinguida de á bordo; distinguida para el Océano, elegante á estilo de Munich, con vestidos de colores indefinibles que hacían recordar el arte persa y las viñetas de los manuscritos medioevales. El marido admiraba la elegancia de Berta, lamentando en secreto su esterilidad casi como un delito de alta traición.
Arturito había formado lista de ellas y dispuesto que las hubiese de todas procedencias y de todos colores: desde la alemana Catalina, apellidada por su cándida y sonrosada tez y por su dulce y buena pasta el Merengue de fresa, hasta lo que llaman en el Brasil café con leche más o menos cargado y café puro; esto es, que había tres o cuatro mulatas convidadas a la función y una negra gentilísima a quien llamaban la Venus de bronce.
A mí no me gustan los colores claros. ¡Ah! mira: aquí tienes y escondía algo con las dos manos cerradas detrás de su espalda , aquí tienes, y no te lo vas a quitar nunca, aunque se nos enoje doña Andrea. Cierra los ojos.
Mucho más variable aún el proteo de las aguas, el alción, toma todo género de formas y de colores, haciendo el papel de planta, de fruta; despliégase en forma de abanico, se convierte en seto lleno de matorrales ó en graciosa cestita. Mas, todo ésto es fugitivo, efímero, de vida tan tímida que desaparece al menor movimiento, y nada queda: en un instante ha vuelto todo al seno de la madre común.
Los tres nos quedamos asombrados, y permanecimos mucho tiempo contemplando aquella maravilla. No sabiendo que aquella pintura es un tapiz de la fábrica de Gobelinos, parece imposible que haya una persona que distinga el tapiz de una pintura al óleo, y de una pintura de buena escuela. El tejido ha hecho tanto como el pincel; la lana es allí rival de los colores.
Tenemos mundo, tenemos clases, tenemos distinguidos y cursis; horas de tono y horas vulgares; y si no se puede con ricas telas, imitamos con percalinas la forma y los colores del vestido que, según la revista de modas que reciben las Escribanas o las de Codillo, llevaba una gran señora parisiense en cierta recepción del Elíseo.
Los pueblos cristianos se exterminaban, no por los caprichos y los odios de sus pastores, sino por algo menos concreto, por el prestigio de un trapo ondeante, cuyos colores les enloquecían.
Se puso tambien en contacto con las personas mas influyentes del clero, á quienes pintaba con los mas vivos colores los vejámenes que sufrian los indios.
Palabra del Dia
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