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Actualizado: 22 de octubre de 2025


¿Y tienes esperanza de ponerlas bien el domingo? Si el torete me sale bravo y arrancando bien, pienso estar hasta guapo... No te lo aconsejo; te van a desconocer. Si sale blando o huido, tiraré a cumplir nada más... a salir del paso. Todo depende de la suerte, como comprenderás... Eso le pasa a Cayetano, al Cigarrero y a todo el mundo.

Muchos aplausos. Llegó el cuarto toro, que correspondía de nuevo al Cigarrero. Era un Veragua colorado listón, bragado, ojinegro, abierto de cuerna y de buena estampa, como casi todos los del Duque; un bravo y hermoso animal. Merluza le colgó un buen par al cuarteo. El Serranito cogió después los palos, y en cuanto el público le vio en medio de la plaza, aplaudió. ¡Ole tu mare, saleroso!

Te presento a mi amigo José Calzada, célebre matador de toros que ya conocerás con el nombre de el Cigarrero, aunque hace muchos años que no mata en la plaza de Madrid... Su hermano Baldomero, el Serranito, banderillero de fama... Sebastián Campos... Enrique se detuvo vacilante antes de pronunciar el alias.

Pero, claro, con los años se ha ido haciendo un poco tumbón... ¡Pero como inteligente!... lo que es como inteligente, ni Cayetano ni San Cayetano le ponen el pie delante. Terminada la disputa, comenzó a hablarse de los toreros en boga. Los pollastres aficionados, y Enrique también, creyeron halagar al Cigarrero rebajando el mérito de ellos.

El júbilo, la alegría nerviosa que comunica la esperanza del placer, brillaba en todos los ojos. Al fin los alguaciles salieron a despejar, y los aficionados del redondel se fueron retirando hasta dejarlo enteramente libre. Enrique y Miguel, que habían estado en los patios interiores hablando un momento con el Cigarrero y su cuadrilla, también fueron a ocupar los respectivos asientos.

Una carretela abierta, donde iban toreros, se acercó un instante al costado de la de Miguel y siguió adelante. Era la del Cigarrero, que contestó al saludo de Enrique y Miguel con la gravedad afable que le caracterizaba. El Serranito y Merluza, que iban con él, saludaron con más expansión. Me brindarás un par, ¿no es verdad, Baldomero? gritó Enrique.

Y todos sentían ansiedad inexplicable, una simpatía profunda por el desgraciado Cigarrero.

Tampoco admitió el Cigarrero las lisonjas que le prodigaron, lo mismo Enrique que sus amiguitos. Sin echarse por tierra con fingida modestia, supo colocarse en su verdadero sitio, esto es, por debajo de los espadas que entonces llevaban la atención del público, sin traer a cuento sus glorias pasadas o los tiempos en que gozaba de más renombre. Ya soy vieho.

Afortunadamente, ninguna de las dos tuvo serias consecuencias; los pantalones rotos y algunas contusiones. Los espectadores, desternillados de risa, le aplaudían con calor y hasta le tiraron cigarros. Quedó muy ufano de este triunfo; tanto que, acercándose al sitio donde estaban Miguel y el Cigarrero, le preguntó a éste: ¿Eh? ¿Qué le ha parecido a V., maestro?

Esta novillada había de efectuarse el próximo domingo en la plaza de los Campos Elíseos; sería presidida por la señora del ministro de Marina, dirigida por el Cigarrero, y nadie podría asistir a ella sin entregar un duro a la puerta, salvo los amigos invitados por los lidiadores. Dos o tres días antes del señalado, pasó Miguel por casa de su tío Bernardo.

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