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Actualizado: 9 de junio de 2025
Rogerio Chillingworth conoce tu propósito de revelarme su verdadero carácter. ¿Continuará entonces guardando nuestro secreto? ¿Cuál será ahora la nueva faz que tome su venganza? Hay en su naturaleza una extraña discreción, replicó Ester pensativamente, nacida tal vez de sus ocultos manejos de venganza. Yo no creo que publique el secreto, sino que busque otros medios de saciar su sombría pasión.
Para resumir diremos, que tomó cuerpo la creencia de que el Reverendo Arturo Dimmesdale, á semejanza de otros muchos personajes de especial santidad en todas las épocas de la religión cristiana, se veía tentado por Satanás mismo, ó por un emisario suyo en la persona del viejo Rogerio Chillingworth.
Para llevar á cabo este proyecto, fijó su residencia en la ciudad puritana, bajo el nombre supuesto de Rogerio Chillingworth, sin otra recomendación que sus conocimientos científicos y su inteligencia, de que poseía una suma no común. Como los estudios que hizo en otros tiempos le habían familiarizado con la ciencia médica del día, se presentó como físico, y como tal fué cordialmente recibido.
Chillingworth se dirigió sin vacilar á su enfermo amigo, y poniendo la mano en el seno de éste, echó á un lado el vestido que lo había mantenido cubierto siempre, aún á las miradas del facultativo. Entonces fué cuando el Sr. Dimmesdale se estremeció y hasta se movió ligeramente.
Un gran número de individuos, y muchos de ellos dotados de sensatez, y observadores prácticos, cuyas opiniones en otras materias hubieran sido muy valiosas, afirmaban que el aspecto externo de Rogerio Chillingworth había experimentado un notable cambio desde que se había fijado en la población, y especialmente desde que vivía bajo el mismo techo que Dimmesdale.
De consiguiente, los viejos puritanos con sus capas negras y sombreros puntiagudos, no podían menos de sonreirse ante la manera bulliciosa y ruda de comportarse de estos alegres marineros; sin que excitara sorpresa, ni diese lugar á críticas, ver que una persona tan respetable como el anciano Rogerio Chillingworth entrase en la plaza del mercado en íntima y amistosa plática con el capitán del buque de dudosa reputación.
Rogerio Chillingworth poseía todas, ó casi todas las condiciones arriba enumeradas.
Mientras se hallaba ocupado en estas reflexiones, resonó un golpecito en la puerta del estudio, y el ministro dijo: "Entrad" no sin cierto temor de que pudiera ser un espíritu maligno. ¡Y así fué! Era el anciano Rogerio Chillingworth. El ministro se puso en pie, pálido y mudo, con una mano en las Sagradas Escrituras y la otra sobre el pecho. ¡Bienvenido, Reverendo Señor! dijo el médico.
Ciertamente, si el meteoro iluminó el espacio é hizo visible la tierra con un fulgor solemne que obligó á recordar al clérigo y á Ester el día del Juicio Final, en ese caso Rogerio Chillingworth debió parecerles el gran enemigo del género humano, que se presentaba allí con una sonrisa amenazadora reclamando lo que le pertenecía.
El viejo Rogerio Chillingworth le seguía, como persona íntimamente relacionada con el drama de culpa y de dolor en que todos ellos habían sido actores, y por lo tanto con derecho bastante á hallarse presente en la escena final.
Palabra del Dia
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