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El pueblo, en el caso de que tratamos, no podía justificar su prevención contra Rogerio Chillingworth con razones ningunas dignas de refutarse.

¡Cómo! ¿No sabe Vd., exclamó el capitán del barco, que el médico de esta plaza, Chillingworth como dice llamarse, está dispuesto á compartir mi cámara con Vd.? , , Vd. debe saberlo, pues me ha dicho que es uno de la compañía, y además íntimo amigo del caballero de quien Vd. habló, de ese que corre peligro aquí en manos de estos viejos y ásperos gobernantes puritanos.

Esta respuesta fantástica le fué probablemente sugerida por la proximidad de los rosales del Gobernador, que tenía á la vista, y por el recuerdo del rosal silvestre de la cárcel, junto al cual había pasado al venir á la morada de Bellingham. El viejo Rogerio Chillingworth, con una sonrisa en los labios, murmuró unas cuantas palabras al oído del joven eclesiástico.

Si alguien hubiera podido ver en aquel momento de éxtasis al viejo Rogerio Chillingworth, no tendría que preguntarse cómo se comporta Satanás cuando logra que se pierda un alma preciosa para el cielo y la gana para el infierno. Pero lo que distinguía el éxtasis del médico del que experimentaría Satanás, era la expresión de asombro que lo acompañaba.

Nada hubo que llamara tanto la atención como el cambio que se operó casi inmediatamente después de la muerte del Sr. Dimmesdale, en el aspecto y modo de ser del anciano conocido bajo el nombre de Rogerio Chillingworth.

Una jornada tan breve te llevará de un mundo, donde has sido tan intensamente desgraciado, á otro en que aun pudieras ser feliz. ¿No hay acaso en toda esta selva sin límites un lugar donde tu corazón pueda estar oculto á las miradas de Rogerio Chillingworth? , Ester; pero solo debajo de las hojas caídas replicó el ministro con una triste sonrisa.

Lo habían alojado en la cárcel, no porque se le sospechase de algún delito, sino por ser la manera más conveniente y cómoda de disponer de él hasta que los magistrados hubieran conferenciado con los jefes indios acerca del rescate. Se dijo que su nombre era Rogerio Chillingworth.

Personas mucho más sensatas en materias de fe, y que sabían que el cielo alcanza sus fines sin lo que se llama intervención milagrosa, se hallaban inclinadas á ver algo providencial en la llegada tan oportuna de Rogerio Chillingworth.

Tal era el estado del joven Dimmesdale, y tan inminente el peligro de que se extinguiera esa naciente luz del mundo, antes de tiempo, cuando Rogerio Chillingworth llegó á la ciudad. Su primera entrada en escena, sin que se supiera de dónde venía, si era caído del cielo ó si procedía de las regiones inferiores, le daba cierto aspecto de misterio, que fácilmente se convirtió en algo casi milagroso.

De esta manera el misterioso Rogerio Chillingworth se convirtió en el consejero médico del Reverendo Sr. Dimmesdale. Como no solamente la enfermedad despertaba el interés del médico, sino también el carácter y cualidades de su paciente, estos dos hombres, tan diferentes en edad, gradualmente llegaron á pasar mucho tiempo juntos.