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Para obtener su admiración precisa ser un poco charlatán y cursi. Escritores conozco de indisputable mérito, tanto en España como fuera de ella, a quienes si se les quitase los granitos de charlatanería con que sazonan sus obras, dejarían en el mismo punto de ser populares. Pero sobre todas las cosas de este mundo, el hombre adocenado odia la medida.

Apenas hubo dicho esto, cuando alzó la voz la hospitalera, que era una vieja, al parecer, de más de sesenta años, diciendo: "¡Bellaco, charlatán, embaidor, aquí no hay hechicera alguna!

Y no se crea que el mediquillo ejerce su noble profesión con el descreimiento del charlatán, no; la practica con la misma fe que el más concienzudo hombre de ciencia, rodeando todos sus actos de una solemne y cómica gravedad, tan rayana al ridículo, que no he podido menos de reirme siempre que he tropezado con alguno de esos pseudo enterradores.

Yo no concibo, yo no me imagino, yo no puedo formarme una idea de los oradores franceses y dudo que los haya habido jamás y los pueda haber en el verdadero sentido de la palabra, en el estricto sentido del concepto oradores. Porque no confundamos la palabra orador con la palabra hablador ó charlatan.

Aquella espléndida morada, con sus exquisitas decoraciones, mobiliario verdaderamente de estilo Luis XIV, sus valiosas pinturas y magníficos ejemplares de esculturas del siglo diecisiete, morada de una persona para quien no significaban nada todo ese lujo y todo ese gasto, era seguramente un testimonio suficiente de que el pobre y mal traído vagabundo que había pronunciado esas misteriosas palabras en mi pequeño comedor cinco años antes, no había sido un charlatán o un necio fanfarrón.

Alguien había hablado; tal vez era Castro, que no ocultaba nada á doña Clorinda. Pasearon por los jardines. Alicia se detuvo ante un pedazo de tierra cultivada, de la que empezaban á surgir algunas hortalizas. ¿Aquí es donde trabajas? Ya que te diviertes cultivando tu huerta, como otros príncipes rusos hacen zapatos. ¿También esto?... ¡Ah, Castro charlatán!

Meteremos en el ajo algún rapabarbas o criado socarrón que haga de tercero, porque novela ó comedia sin rapista charlatán y enredador, es olla sin tocino y sermón sin agustino. ¡Y cómo había yo de pintar las escenas de tabernas, las cuchilladas, las pendencias que dirige siempre un tal Maese Blas ó Maese Pedrillo! ¿Pues y las escenas de amor? ¡Qué discreción, qué ternezas, qué riqueza metafórica había yo de poner allí!

En el caso de nuestro país, las reformas hacen el papel de los manjares; Filipinas el de Sancho, y el del médico charlatán lo desempeñan muchas personas, interesadas en que no se toque á los platos, para aprovecharse de ellos tal vez. Resulta que el pacienzudo Sancho, ó Filipinas, echa de menos su libertad, renegando de todos los gobiernos, y acaba por rebelarse contra su pretendido médico.

No habíamos andado tres leguas cuando alcanzamos a ver dos caballeros montados en soberbios alazanes, que viniendo tras nosotros se nos juntaron en poco tiempo. Al punto reconocimos a Malespina y a su padre, aquel señor alto, estirado y muy charlatán, de quien antes hablé. Ambos se asombraron de ver a D. Alonso, y mucho más cuando este les dijo que iba a Cádiz para embarcarse.

A Kant le pone por las nubes; pero después de Kant apenas hay más que él en el mundo: Fichte es un mono, y Hegel, el que por tanto tiempo hemos admirado como el Aristóteles de la edad novísima, no es más que un charlatán atrevido.