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Actualizado: 2 de junio de 2025
Mientras tanto el cura no tardaría en llegar para consagrar la unión, y esa misma tarde iría él con Adriana, con "su mujer", a un chalet rodeado de viejos árboles, en las barrancas de Belgrano... ¿No lo habría soñado? ¿Era realmente "su mujer" esta criatura que le desdeñara y le humillara tanto y a quien durante los últimos meses no pudiera contemplar sino furtivamente, como un ladrón, en la penumbra de la iglesia del Socorro? ¿Era esta la misma Adriana que tantas veces resplandeciera para él, transfigurada, en la indecisión de una portentosa lejanía?
A la altura del principal corría una balconada, calada como finísimo encaje, que se repetía en el entresuelo, cubierta casi por las enredaderas. Delgada verja de hierro aislaba el chalet por la parte que daba a la vía pública, avenida plantada de árboles; por donde confinaba con otras casas y jardines, hacían el mismo oficio unas breves tapias.
Yo siento tener que dar a tan lindos edificios, que en Vichy abundan, el nombre extranjerizo de chalet; pero ¿qué hacer si en castellano no hay vocablo correspondiente?
Un ciudadano suizo que vive en su chalet de madera, considerándose igual á los demás hombres de su país, es más civilizado que el Herr Professor que tiene que cederle el paso á un teniente ó el rico de Hamburgo que se encorva como un lacayo ante el que ostenta la partícula von. Aquí el español asintió, como si adivinase lo que Tchernoff iba á añadir. Los rusos sufrimos una gran tiranía.
Y entre sus lindas hermanas, la exótica viridiflora ocultaba sus capullos glaucos, como avergonzándose del extraño color alagartado de sus flores de su fealdad de planta rara, interesante tan sólo para el botánico. Tenía el chalet los dos pisos de rigor; el entresuelo repartido en comedor, cocina, salita y un angosto recibimiento; el principal dedicado a dormitorios y cuartos de aseo.
Miranda caminaba a paso desaforado, arrastrando mejor que conduciendo del brazo a su mujer; y casi estaban ya a la puerta del chalet. A la afrentosa invectiva, Lucía, descolorida y echando fuego por los ojos, se soltó violentamente, y quedó parada en mitad del camino.
Comprendíase a primera vista que el chalet, con sus delgadas paredes de madera, mal defendería a sus habitantes del frío del invierno y los calores del verano; pero en la estación de otoño, templada y benigna, aquella caprichosa construcción, orlada de franjas de menuda crestería, trabajada como un juguete de sobremesa, engalanada de fresca guirnalda de rosales, era el albergue más coquetón y donoso que puede imaginar la mente, el nido más adecuado para una pareja de enamoradas tórtolas.
Tenía tosecilla blanda y continua, expectoración pegajosa, sudores que la menor elevación de temperatura determinaba, y las perversiones del apetito se habían convertido en desgano horrible. Inútilmente la conserje del chalet lucía sus primores culinarios, ideando mil golosinas delicadas. Pilar lo miraba todo con igual repugnancia, especialmente los platos nutritivos.
Cuando llegaron ante la verja del chalet, cuyos mecheros de gas brillaban ya entre la sombra de los árboles, Miranda dijo para sí:
Esto le pareció un poco difícil de conseguir a Luz no estando presente Ángel; pero Ángel, que ya contaba con la dificultad, tenía bien estudiado el modo de vencerla, y de vencerla al tenor de sus deseos. «Para retratarte así, la encargó, vuélvete con la imaginación a tu paraíso, y mírame desde la azotea de tu chalet». Y eso hizo Luz, de muy buena gana; y por eso resultó su cara en el retrato con la expresión de la de una virgen ideal de las Catacumbas, en sus arrobamientos celestiales.
Palabra del Dia
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