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Actualizado: 12 de noviembre de 2025


Al abrir la puerta de su barraca encontró Sènto un papel en el ojo de la cerradura... Era un anónimo destilando amenazas. Le pedían cuarenta duros y debía dejarlos aquella noche en el horno que tenía frente a su barraca. Toda la huerta estaba aterrada por aquellos bandidos.

Y luego, más tarde, allá por la madrugada, cuando preocupado él con su viaje cerraba las maletas en su cuarto, oyó en el silencio de la noche moverse la llave en la cerradura: salió al punto y encontró a su madre a medio vestir, descalza, que venía cautelosamente de puntillas a mirar por el ojo de la llave. ¿Qué es eso, mamá?... ¿Tiene usted algo?

Margarita marchaba delante de como un fantasma blanco. No por qué no la llamé. Había dentro de un poder desconocido que me impedía hablar. Margarita bajó al corral, le atravesó... Llegó al postigo, sonó una llave en la cerradura. Entonces grité: ¡Margarita! ¿á dónde vas? Pero la puerta se había abierto, un hombre había aparecido en ella, y había asido á Margarita, sacándola fuera.

Envié en busca suya, y encontraron que su puerta estaba cerrada; llamamos, y nadie contestó. Forzada la cerradura, viose que su estancia estaba desierta.

No había acabado Quevedo de pronunciar estas palabras, cuando rechinó una llave en la cerradura del postigo del duque, se abrió éste, se vió luz y salió un bulto. El postigo volvió á cerrarse. Ahí le tenéis dijo don Francisco en voz baja á Juan . Dejadle que adelante algunos pasos más, y á él. Juan Montiño salió del zaguán y se fué tras aquel bulto.

De tarde en tarde, el remordimiento y el miedo se apoderaban de él. ¡Ay, si la otra contemplase desde lejos lo que le estaba ocurriendo en el buque! ¡Si Teri pudiera verle como se ve por el ojo de una cerradura!... La vergüenza le hacía permanecer inmóvil en su sillón, leyendo un libro, indiferente a cuanto le rodeaba.

La puerta del camarote estaba cerrada, y otra vez la rozó con tímido llamamiento. Veíase luz por el ojo de la cerradura y la pequeña claraboya abierta sobre el marco. A la voz interrogante que sonó al otro lado de la madera, Fernando repuso, para hacerse conocer, con una leve tos y un murmullo discreto.

Miguel de Cervantes escuchaba ávido, con el oído pegado al ojo de la cerradura; que habíale puesto en cuidado lo que le había prevenido, haciéndole callar, cuando llamaron a la puerta, y escondiéndole después, la tía Zarandaja. Pero no oía otra cosa más que el recio mascar del rapista, que era tal como el de un cerdo, con perdón sea dicho.

Una vez al día abre la puerta, entra, inspecciona unos minutos, vuelve a salir, y hasta el día siguiente... Ni una palabra, ni un grito, ni el más leve ruido; y eso que yo muchas noches aplico la oreja a la madera del tabique, o miro en el corredor por el ojo de la cerradura. ¡Nada!... ¿Quién cree usted que podrá ser? Calló Isidro, frunciendo el ceño bajo la preocupación de este misterio.

Tembló la puerta con un rudo tirón que hizo abrir sus dos hojas á la vez, sacando el pestillo de la cerradura. La mujer, tenaz en sus deseos, se levantó prontamente, sin reparar en el dolor de la caída. Su ligereza sólo le pudo servir para ver cómo escapaba Ferragut después de recoger maquinalmente su sombrero. ¡Ulises!... ¡Ulises!...

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