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Actualizado: 16 de julio de 2025
Si fuese Dios, te diera los espacios, Y las nubes de grana y de topacios, Esos astros que pueblan los confines, Y el coro de celestes serafines, El mar, la luz, del cielo el embeleso, Tan solo por un beso! Voga, voga con ánimo valiente Empuñando el timon con firme mano, Y no te arredre ese murmullo vano Del vulgo necio y del motin rugiente.
Ellos eran los que les habían tenido en la ignorancia durante siglos, haciéndoles ver que el pobre carece de otro derecho que el de la limosna, inculcándoles un respeto supersticioso para el potentado, obligándoles á creer que deben aceptarse como dones celestes las miserias terrenas, pues sirven para entrar en el cielo.
La Luna se deja ver también en el cielo, ya bajo la forma de un sector esférico, que vulgarmente se llama media luna, ya bajo la de un pedazo de círculo más ó menos recortado, ya bajo la de un círculo completo. El Sol, la Luna y las estrellas son astros ó cuerpos celestes.
Prometeo hace una copia de Minerva, de la razón eterna, y es llevado en alas de la diosa por los espacios celestes al palacio del dios del sol, robándole un rayo, con cuya ayuda infunde la vida en la naturaleza; pero la razón, en cuanto nace, enciende con la luz á la discordia, y, de la urna abierta por ella, salen y se divulgan el odio y la enemistad, como obscuro humo, entre el linaje humano; los dos hermanos, Prometeo y Epimeteo, se hacen la guerra entonces, cuyo azote devasta á la tierra virgen.
Aunque serena, la noche fruncirá su ceño, y las estrellas, de lo alto de sus tronos celestes, no bajarán más sus miradas con un resplandor parecido al de la esperanza que se concede a los mortales; pero sus órbitas rojas, desprovistas de todo rayo, serán para tu corazón marchito como una quemadura, como una fiebre que querrá unirse a ti para siempre.
Hasta en la fría Islandia, tierra de brumas y de hielos eternos, los adoradores de los soberanos celestes se volvían hacia las montañas de lo interior, creyendo ver en ellas la residencia de sus dioses.
Es tradición milenaria que en el equinoccio de septiembre el seráfico y mansueto pastor San Francisco se siente malhumorado por una vez; descíñese el cordón, lo blande sobre el cielo a guisa de honda, acuden los rebaños de nubes, revientan los odres donde se guardan los vientos, rómpense las esclusas de las aguas celestes, se embravecen los mares, zozobran las barcas pescadoras, huyen las aves trashumantes, corren las bestias a sus cubiles, guarécense los hombres en el hogar y el corazón se empapa en una tristeza que es como el llanto de las cosas perecederas.
Carlitos no consideraba los espacios celestes con el asombro del hombre ignorante ni respetaba debidamente las leyes inmutables que determinan las revoluciones de los astros; familiarizado con todos sus movimientos de rotación y traslación, formaba cuando se le antojaba nuevos sistemas planetarios, convirtiendo a un simple satélite, a la luna, verbi y gracia, en estrella fija y haciendo girar a su alrededor a todos los planetas, incluso la tierra: o bien imaginaba nuevos y caprichosos eclipses, poniendo en conjunción astros que jamás se vieran, ni fuera posible, en tal postura.
También en Italia añadió donna Olimpia anda desde hace años muy válida la opinión de que no es la tierra, sino el sol quien está en el centro; y ya, en mi primera mocedad, conocí yo y traté en Roma a cierto doctor polaco, cuyo nombre era Nicolás Copérnico, que enseñaba dicho sistema y andaba muy afanado componiendo un libro, que pensaba dedicar al Papa, sobre las revoluciones de los orbes celestes.
El barquero fatal me hace ya señas: las potencias celestes me invitan a desprenderme de todo humano cuidado. He llegado al fin de mi carrera y puede usted creerme que los aplausos de los hombres no me embriagan, porque apetezco ya los de los ángeles. Si aquéllos me alegrasen podría morir tranquilo, porque no está en el poder de usted ni en el de ningún critico el arrebatármelos.
Palabra del Dia
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