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Actualizado: 5 de noviembre de 2025
«¿Es posible? le replica Razonte. Los celos, de seguro, no molestarán á este matrimonio. Pero dime ¿de qué encanto se ha valido el Doctor para celebrar esta boda?» «Su cabeza añade Mysón se ha extraviado con la absurda creencia de la transmigración de las almas.
Veía la falda de la sierra cuajada de casas de campo, retiros deleitosos donde los caballeros árabes iban con las bellas de la ciudad a celebrar sus orgías. Vínome a la memoria cierta confidencia de un escritor del tiempo del califato, acaso la única que exista de este género en su literatura.
En 1815, cuando por segunda vez París, rendido por quince años de servidumbre militar, oía el rodar de los cañones prusianos por sus calles, dos hombres, indiferentes á la causa pública, estaban tranquilamente sentados á las orillas del Sena con su caña en la mano. Jamás se habían visto anteriormente, pero cada uno de ellos había oído celebrar la gloria de un rival.
Quizá le organice un banquete íntimo para celebrar sus triunfos universitarios, banquete al que asisten jóvenes muy conocidos, aunque estudian poco. No solo por estudiar son conocidas las personas.
Todo esto se hace con bastante veneración, y si llueve o las calles están con lodo, llevan al sacerdote en silla de manos, o por mejor decir de hombros, pues en ellos la llevan cuatro o más indios, sin que por esto deje de sacarse el palio y demás decencia que queda explicada. Para celebrar los matrimonios parece tenían los jesuitas tiempo determinado, y era después de cuaresma.
Los interesados tuvieron noticia de ella y quisieron evadir el golpe, primero ocultando el día en que se había de celebrar el matrimonio, después celebrándolo fuera de la población. Pero no les valieron de nada sus precauciones. Los pollos olfatearon que la ceremonia se celebraría en los primeros días de Febrero, en la posesión que Estrada-Rosa poseía a media legua de Lancia.
Todo esto sucedía cada año, es verdad, pero en éste ¿no eran más verdes los prados, no eran más claras las fuentes, no corría más límpido el río, no cantaban más dulcemente los mirlos y los jilgueros? No lo sé, pero si así no era, debiera ser así. Porque de algún modo estaban en el deber de celebrar la próxima unión de tan gallardas parejas.
El Príncipe moro invita al viejo Guzmán á celebrar con él una entrevista; preséntase en las almenas de la plaza; traen á su hijo con sus pesadas cadenas; ¡qué escena entre el padre y el hijo al volverse á ver! ¿A dónde Lleváis maniatado, Infante, Ese cordero inocente, Que aún apenas balar sabe? Al sacrificio, Guzmán, Si no tratas de entregarme A Tarifa antes que el sol A los antípodas baje.
Vengo ahora de la ciudad, adonde he ido con objeto de celebrar una consulta sobre el lamentable estado del conde de C..., mi hermano menor. ¿Está en peligro su vida? exclamé algo confuso.
El aparato con que se han de hacer es estraordinario y nuevo, porque se han de celebrar en un prado que está junto al pueblo de la novia, a quien por excelencia llaman Quiteria la hermosa, y el desposado se llama Camacho el rico; ella de edad de diez y ocho años, y él de veinte y dos; ambos para en uno, aunque algunos curiosos que tienen de memoria los linajes de todo el mundo quieren decir que el de la hermosa Quiteria se aventaja al de Camacho; pero ya no se mira en esto, que las riquezas son poderosas de soldar muchas quiebras.
Palabra del Dia
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