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Actualizado: 9 de julio de 2025
No podemos evadir ninguna de las leyes de nuestra naturaleza; no nos es dado pasar al reino humano, á pesar de que á los hombres se les permite venir al nuestro, convirtiéndose en monigotes netos. ¡Cosa más particular! exclamó Migajas lleno de asombro. Ya sabes todo lo necesario para la iniciación muñequillesca. Nuestros dogmas son muy sencillos.
Muchas noches despertaban las niñas en sus camas oyendo al otro extremo de la casa el rasgueo de las guitarras, los lamentos del cante hondo, el taconeo del baile; y veían pasar por las ventanas iluminadas, al otro lado del patio, grande como una plaza de armas, los hombres en mangas de camisa con la botella en una mano y la batea de cañas en la otra, y las mujeres con el peinado alborotado y las flores desmayadas y temblonas sobre una oreja, corriendo con incitante contoneo para evadir la persecución de los señores o tremolando sus pañolones de Manila como si quisieran torearles.
Pudo este ejemplar párroco evadir el riesgo con la fuga: pero hizo escrúpulo de conciencia desamparar aquella afligida grey, que en ocasion tan apretada necesitaba de su auxilio, y con una lijera esperanza de que su respeto y autoridad podrian apagar aquella voraz llama, permaneció en el pueblo.
Pero esta vez me guardé de correr. El instinto de conservación se había apoderado de mí por completo, y me sugirió todos los medios de evadir la justicia. Procuré dar á mis pasos todo el sosiego y compostura posibles. Don Elías, ¿tendrá usted la bondad de decirme?... No oí más. El salto que di fué tan grande, que me separé algunas varas del esbirro.
Los interesados tuvieron noticia de ella y quisieron evadir el golpe, primero ocultando el día en que se había de celebrar el matrimonio, después celebrándolo fuera de la población. Pero no les valieron de nada sus precauciones. Los pollos olfatearon que la ceremonia se celebraría en los primeros días de Febrero, en la posesión que Estrada-Rosa poseía a media legua de Lancia.
Antonia procuraba evadir la conversación siempre enojosa; pero el doctor insistió diciendo con alegre y serena sonrisa: Oye, Antoñita, no trates de engañarme, hazte cargo de la realidad. Presiento ya mi fin, y mi alma que, en efecto, está más impaciente que el cuerpo, empieza por abandonar a intervalos este mundo para volar al otro en ensueños y divagaciones.
Palabra del Dia
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