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Y cuando baje la idea desprendida del celaje, volverá a fulgurar sobre otras frentes, para trocarse en frescos manantiales de futuros torrentes que llenarán el mar con sus caudales: correrá como inmensa catarata propulsora de ineptas voluntades, en cuyo albo remanso se retrata el vago porvenir de las edades... A JOS

A veces las olas, saltando por encima de las bordas, inundaban la cubierta. El agua corría por toda ella y salía con fragor de catarata por los canalones de babor y estribor. El viejo Horn, aunque estaba solo sobre cubierta, afrontaba el huracán con serenidad admirable.

Si la larguísima falta de ejercicio en sus funciones le ha producido algo de glaucoma... una especie de tristeza... ya trataremos de arreglarle. Todo estará muy bien allá en la cámara regia.... Pero pienso otra cosa. La fisura y la catarata permiten comúnmente que entre un poco de claridad, y nuestro ciego no percibe claridad alguna.

Habiendo llegado á las cuatro de la tarde, tuvimos la triple delicia de contemplar ese tesoro á la luz de la tarde, desde la ribera, y á la de la luna y del alba desde los balcones del hotel. Desde el pié del collado en que nos hallábamos, sobre la orilla misma del rio, teníamos al frente un soberbio cuadro formado por la catarata y las riberas que le sirven de marco.

El Antioquía, además de los inconvenientes que antes mencioné, tiene el de llevar sus ruedas a los costados; éstas, además de producir un fragor que haría creer se va navegando en una catarata movible, impiden, por las oscilaciones que imprimen al buque en los pasajes difíciles, que éste se sobe en los regaderos, esto es, que se deslice sobre las arenas.

Sobre toda esta vegetación que agotaría la paleta fantástica en combinaciones y riqueza de colorido, revoloteaban enjambres de mariposas doradas, esmaltados picaflores, millones de loros color de esmeralda, urracas azules y tucanes anaranjados. El estrépito de esas aves vocingleras os aturde todo el día, cual si fuera el ruido de una canora catarata.

Entre las tradiciones del Salto se cuenta aquel rasgo de maravillosa sangre fría del doctor Cuervo, que, atado al extremo de un cable, se hizo descender al abismo por medio de un torno, dice que depositó una botella con un documento a unos sesenta metros más abajo del nivel de la catarata, y luego de gozar largo rato el espectáculo soberano de las aguas en medio de su caída, volvió a subir, llegando a la altura sano y salvo.

Sobre vosotros corre una catarata que todo lo inunda; á vosotros tambien. Sobre vosotros hay un espíritu que os llama idiotas cuando sois injustos, á vosotros, montones de oro, que ofuscais mi vista, á vosotros, que me teneis estático, como si contemplara un prodigio.

Las aguas del río se encajonan, en su mayor parte, en un canal de cuatro o cinco metros, practicado en el centro, y por él se precipitan sobre un escalón de todo el ancho de la catarata, a cinco o seis metros más abajo, donde rebotan con una violencia indecible y caen al abismo profundo con un fragor horrible.

Tenía indudablemente vivos deseos de contemplar la inmensa catarata, pero una mezcla de cansancio físico y de lasitud moral, me quitaban el entusiasmo que en otros tiempos me hacía andar centenares de de leguas por gozar de un nuevo aspecto de la naturaleza. Además, el raudal del Tequendama vivía en mi memoria, y mi alma le era fiel.