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Actualizado: 6 de octubre de 2025
Cuando las palmas y las castañuelas cesaron y sólo sonó la guitarra, Currito cantó con voz sentimental y suave la copla siguiente: Atame con un cabello a los palos de tu cama, y aunque el cabello se rompa no hay miedo que yo me vaya.
El tema sólo corre el peligro de no estar bien tocado. Pero téngase en cuenta que si no es cosa fácil tocar bien las castañuelas, aun es más difícil escribir sobre ellas, abarcando todos los puntos de su historia gloriosa y de su significación en el arte y en la sociedad durante el trascurso de los siglos, a través de las edades clásicas y de los modernos tiempos.
Currito tiene buena voz y mejor estilo y cantará las coplas. No fue menester decir más. El organista tocó un fandango estrepitoso. Doña Marcela y Rosita bailaron con gracia y primor, repiqueteando las castañuelas. El maestro Raimundico, la tía Pepa y doña Ramona batieron palmas. Fue tal el estruendo que armaron que no parecía que hubiese allí siete sino setecientas personas.
Y ello me demuestra que no es absolutamente necesaria la ortografía para razonar bien. Deseo, pues, complacer a mi bella comunicante. Y con tal fin elijo por tema de esta crónica la crotalogía, es decir, el arte de tocar los crótalos, nombre que los divinos griegos daban a las castañuelas. Creo que mi comunicante quedará complacida, pues no hay nada más alegre que unas castañuelas.
Pero dejemos la palabra al licenciado Francisco Agustín Florencio, el cual dice en su imponderable «Crotalogía»: «A estas perlas preciosas les hacían sus agujeritos por la parte superior: de este modo las juntaban de dos, tres o más y las traían pendientes de los dedos, agradándose sumamente del sonido que hacían dando unas con otras: así formaban un preciosísimo instrumento que tocaban con los dedos, además de un adorno gracioso y rico: y a lo uno y lo otro llamaban «crotalia», esto es, «castañuelas».
La que se aplica Al Senado histrionio y es cantora, O bien de castañuelas se salpica; Si es como azogue todo bullidora, Si ríe blando, si gracioso brinda, Cuéntese en este mundo por señora: No há menester del todo ser muy linda Para reinar: bástele ser farsante: ¿Quién hay que á una farsante no se rinda?
Allí, de pronto, dos fuertes brazos te envolverán. ¡Virgen santa! ¡qué atrevimiento! Pero entonces, valerosa muchacha, tú no tendrás miedo. Ya el son de las castañuelas es más opaco, el sol se pone, la cachucha vertiginosa ha cesado, las jóvenes regresan a su aldea y ríen, y cantan, alisándose con la mano los rizos sedosos de sus húmedos cabellos.
A la niña le mandan comida de casa de los padres; pero tan tasada, que no le llega al colmillo. Se moriría de hambre si no le llevara yo lo que le llevo. ¡Pobre ángel! Pues verá usted: estos días me la he encontrado contenta. Ya sabe usted que la niña es así. Cuando hay más motivos para que esté alegre, se pone a llorar; cuando debiera estar triste, se pone como unas castañuelas.
Una de ellas era la de un magistrado andaluz, que tenía dos hijas como dos acuarelas de pandereta; el padre era unas castañuelas de la sala de lo civil, y sus retoños, sin madre, se pasaban la vida, inocentes en el fondo, jaleando la alegría de su papá. Se aburrían mucho en aquel pueblo sucio, frío, húmedo, y vieron el cielo abierto con la amistad de Emma y compañía.
Sin duda presentía que, al andar de los siglos, serían las castañuelas el instrumento nacional femenino de su patria nativa, independizada del imperio romano. De manera que los «paliyos» no son una creación española: vienen de Grecia, pasan por Roma y arraigan en España, la cual agrega el jaleíto, los ¡olé! ¡olé! estimulantes del palitroqueo.
Palabra del Dia
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