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Actualizado: 17 de junio de 2025


»¿Por qué nuestras existencias, confundidas en su aurora, han de separarse sin haber llegado siquiera a la mitad de su carrera? »¿Por qué no he de ser para usted en realidad un hijo, como lo soy ya de nombre? »¿Por qué no hemos de seguir Magdalena y yo haciendo la misma vida?

Aquel dandy, aquel valiente, aquel hombre de porvenir y de carrera, estaba allí postrado ante su hermosura, sin más resorte para tanto rendimiento que el repentino y ardiente amor que ella había sabido inspirarle.

¿Cómo?... ¡Pues ya lo creo!... Antes de quince días. La comedia de Alejandro Bissón fué un éxito, y Laridel pudo pagar sus trampas y vender su teatro en buenas condiciones. La deliciosa Mlle. Denise prosiguió su carrera triunfal. En cuanto á Mr.

Nunca hubiera sospechado que aquel hombre robusto a quien estrechaba la mano con cariño y que me contestaba lleno de gratitud, sucumbiría tres meses después, casi en mis brazos, derribado por un soplo helado que fue a paralizar la vida en sus pulmones. ¡No me olvidaré jamás la profunda y callada desesperación de aquella mujer joven, bella y elegante, que se había sacrificado buscando un avance en la carrera de su marido, sola, rodeada de sus hijitos, en el punto más lejano casi del mundo, emprendiendo la triste ruta del regreso, mientras el cuerpo del compañero dormía el sueño de la muerte, allá en la remota altura!

Los signos que distinguen á estas comedias, pertenecientes á la primera mitad de la carrera dramática de Lope, son los siguientes: profusión de imágenes, sentimientos y pasiones; acumulación de unos sucesos sobre otros; muchedumbre de personajes, hechos é incidentes; en una palabra, abundante riqueza en la acción, aunque sin distribución juiciosa y debida economía.

Pero en el chaleco de Melchor siempre sonaba algo, aunque fuera media docena de pesetas, reunidas por D.ª Laura, Dios sabe cómo, con mil apuros, con el enfermizo velar de las niñas y el ahorro llevado a límites increíbles. Melchor había seguido la carrera de Derecho.

Todos los países rivalizaban en una carrera loca, buscando adelantarse los unos á los otros en los medios de destrucción. Los hombres se mataban sobre la tierra y sobre el mar, y hasta en el último momento llegaron á exterminarse en las silenciosas alturas de la atmósfera. Las fortunas más grandes de cada país las poseían los fabricantes de armamento.

En cambio, los enemigos y la gran masa del público, que desea peligros y muertes, ¡qué injustos en sus apreciaciones! ¡qué audaces para insultarle!... Lo que toleraban a otros matadores, estaba vedado para él. Le habían visto audaz, lanzándose ciegamente en el peligro, y así le querían para siempre, hasta que la muerte cortase su carrera.

Para que un hombre como yo, al fin de su carrera, acomodado, dichoso, libre, rico, y sin otro cuidado que el de vivir bien, emprenda un asunto como este en que nos hemos comprometido Tragomer y yo, es preciso que esté firmemente seguro del resultado... ¡! Lo lograremos.

El joven D. Carlos de Atienza había estado dos ó tres veces en Sevilla á ver á sus padres; pero en seguida se había vuelto. Tenía abandonada la Universidad; no pensaba en los estudios ni en la carrera. Habíase consagrado enteramente á idolatrar, á consolar, á adorar á Clarita, á quien ya veía sin dificultad, de diario.

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