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Actualizado: 17 de junio de 2025
A otro que era muy pobre y gozaba de un empleíto, le pusieron Christophorus oficinalis y por último, a Maximiliano Rubín, que era feísimo, desmañado y de muy cortos alcances, se le llamó durante toda la carrera Rubinius vulgaris. Al entrar el año de 1874, tenía Maximiliano veinticinco y no representaba aún más de veinte.
Y entre el sordo galope del caballo, oí la voz de dolor de Margarita, que me gritaba: ¡Adiós! ¡Luis! ¡adiós! ¡hermano mío! ¡ruega á mi padre que no me maldiga! ¡pide á mi madre que me dé su bendición!... Y Margarita seguía hablándome, pero el caballo se había alejado, y el sonido seco, retumbante, de su carrera, envolvía las palabras de Margarita.
Era una carrera loca de duendes al través de todas las dependencias del cortijo, como si quisieran que los más humildes animales se enterasen de su desgracia.
Acababa de terminar su carrera de ingeniero industrial en Barcelona; era pobre y necesitaba vivir, mantener á su madre y sus hermanas que subsistían de una mísera pensión del Estado. Su padre había sido militar; todos los hombres de su familia eran hombres de guerra: la espada pasaba de generación en generación, como instrumento de trabajo, en aquella familia de levantinos.
Mas no estaba vacía de aspiraciones altas el alma de aquel joven, tan desfavorecido por la Naturaleza que física y moralmente parecía hecho de sobras. A los dos o tres años de carrera, aquel molusco empezó a sentir vibraciones de hombre, y aquel ciego de nacimiento empezó a entrever las fases grandes y gloriosas del astro de la vida.
Pensé en ser ladrón, pues contaba con buenas relaciones para emprender la carrera; pero soy cobarde; tampoco podía alquilar mis brazos como matachín, porque son débiles. Pero alquilé mi pluma y mi bilis, y tal fue mi desvergüenza, que hasta tengo admiradores.
Para el Padre Alesón no tanto había sido raptada Angustias cuanto la Orden de Santo Domingo; y, más señaladamente, los miembros de la residencia pilarense habían sido violados y escarnecidos. Se imponía la justa sanción, la reparación adecuada, que no podía ser otra sino que don Pedrito perdiera la carrera y se casase con Angustias.
El marqués quería acompañarla en su carrera, pero ella se opuso. No; prefería a Gallardo, que era un torero. ¿Dónde estaba Gallardo? El matador, todavía avergonzado de su torpeza, púsose al lado de la dama sin decir palabra. Salieron los dos al galope hacia el núcleo de la torada.
El tío, sin comprender la ironía, le miró con desprecio. Vaya, veo que vienes tan ignorante como has ido... Te aguardo para cenar. No me aguarde usted, tío contestó Gonzalo, que ya estaba lejos. Quizá no cene. Y sin tomar carrera, pero con extraña velocidad, gracias a sus descomunales piernas, salvó las calles, alumbradas por algunos raros faroles de aceite, en dirección al teatro.
En la madrugada del 30 de Junio de 187..., dejé los incómodos asientos de un desvencijado sipan, tomando el que dicen camino por más que no sea ni aun vereda, que dirige al modesto embarcadero que en la margen del Pasig, y al pié del magnífico puente colgante, tienen los vaporcitos que hacen la carrera entre Manila y la provincia de la Laguna.
Palabra del Dia
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