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Actualizado: 14 de julio de 2025
En casa no te digo; pero por la calle no he de ir con las carnes colgando como una vaca. Para eso no necesitas corsé de cuatro pesos. ¡Ah! ¿Es por el dinero, don Roñoso? No, palabra; es que estos días... ¿te es igual a fin de mes? Carola no quiso insistir; pero miró a su amante con profundo desprecio, como las grandes cortesanas de Atenas debían de mirar a los esclavos persas.
Su emoción fue grandísima, porque indudablemente Carola decía verdad. ¿Cómo había él de dudar, sabiendo por experiencia, o mejor dicho por falta de ella, que no había logrado de Mariquita sino algunos besos y apretujones a hurtadillas? En seguida se dio a recordar pormenores e incidentes que confirmaron sus sospechas. No cabía duda. Sí: todo fue comedia.
Irri, sobre todo, la consideración de que ya no era una, sino dos, las conquistas que por su culpa se le malograron: antes la de Mariquita, y ahora la de Carola, pues indudablemente, apenas ésta le viese arruinado, le plantaría de patitas en la calle. Y no era el suyo falso pesimismo ideológico, sino exacto conocimiento de la realidad.
Don Quintín sonreía y callaba, esperanzado con tomar secreta venganza de tan ofensivas frases, a falta de Mariquilla, en brazos de Carola, aunque no fuese más que una o dos veces por semana. Lo peor era que, sorbido por el amor, se cuidaba muy poco del estanco.
Carola se convenció de que aquel pobre hombre era incapaz de pegarle ni un tirón de orejas; pero vio claro que haría cualquier disparate por seguir poseyéndola o por hacerse la ilusión de que la poseía, y con aviesa intención, para enloquecerle y hechizarle, comenzó a desabrocharse el cuerpo del vestido y luego se alzó ligeramente la falda mientras moviendo en ondulaciones canallescas todo su cuerpo pecador, decía con voz de chula raída y descocada: ¿Crees que esta personilla se va a quedar sin corsé, y que estos pies van a salir a ganarlo, y que este cuerpo ha nacío para tumbarse en un catre desvencijao? ¿Crees que voy a domesticar al administraor pagándole en carne?
Obligado á celebrar una conferencia, para tratar este asunto, con el padre y el hermano de Carola, siembra entre ambos tal cizaña, que al fin se matan uno y otro.
Don Quintín representaba la comedia por imposición y encargo ajeno; pero al mismo tiempo, le sonreía la perspectiva de aquella venganza que había imaginado; además, si lo de la empresa teatral fuese recurso cierto, ideado por don Juan para entenderse con Cristeta, también de esto sacaría él partido, procurando el ajuste de Carola.
Otra tarde, pues aquellos desórdenes eran vespertinos, le aguardó vestida de aldeana, y otra vez en traje de bailarina. Carola no era mujer: era un serrallo. Pero lo que le ponía fuera de sí era admirarla de señora, con abanico de plumas, vestido de cola, escotada y con prendido de flores en el pecho.
Carola, viéndole tan largo rato callado y con la cabeza baja, e imaginando que su silencio y humildad eran implícita confusión y vergüenza por su carencia de recursos, comenzó a afirmarse en la idea de que aquel hombre no tenía un cuarto, y discurrió que pues no le servía ni de pagano ni para capricho, lo mejor era darle pasaporte.
Estas y análogas majaderías se repetía mentalmente por vigésima vez, cuando sintiendo pasos tras la puerta de la escalera, abrió antes que llamasen. No se había equivocado: era Carola, que acababa de pasar de largo sin corresponder al saludo porteril. El estanquero recibió a su amada con un largo beso.
Palabra del Dia
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