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Actualizado: 14 de octubre de 2025
La corsetera había dicho a Carola: ¡Vaya una prenda pa una señora que la pueda lucir!; y ella lo deseó como un guerrero desea una buena arma de combate. Pidióselo a su Quintín, y éste, fingiendo bromear, repuso: ¿Corsé? A fuerza de aceros y ballenas me vas a estropear ese cuerpecito tan rico. Ya sabes que me da rabia ir a cogerte y encontrarme con esas cosas tan duras.
Carola se iba enfurruñando por momentos.
De este rápido hermanar en su imaginación la propia miseria con la riqueza del aborrecido don Juan, brotó en su lóbrego y envidioso pensamiento una llamarada de odio y venganza. La desgracia le hizo mal filósofo, y la mala filosofía le trastornó el seso. Sin hacer caso de Carola, siguió monologueando tristemente: «Sí..., esto se acaba... por culpa de ese tuno. Y podría reventarle de mil modos.
Lívido de angustia y coraje, repuso: Yo me veré con el administrador. Es forzoso que tengamos paciencia. Vamos, tú estás más arrancao que árbol viejo. Engañado Quintín por la pausada entonación con que Carola le dijo esto, imaginó que el instante era favorable a un desbordamiento de lealtad, al cual ella forzosamente respondería con una explosión de ternura.
No dijo, pues, don Quintín ninguna majadería cuando admitió la posibilidad de que aquellos primores de que se componía el gabinete pasaran, andando, y tal vez volando el tiempo, a manos de Carola, quien se alegró tanto con esta esperanza que siguió largo rato acariciándola, y aun ideando traza con que anticiparla.
Finalmente: varias veces, al hundir sus dedos en los desordenados rizos de Carola, había sorprendido mechones de canas ocultas en lo más recóndito del moño. ¡Terrible descubrimiento! En un principio Carola le pareció apropiada a su edad y estado de conservación; pero luego se le antojó algo entrada en años. ¡Cuánto más intensas hubieran sido aquellas dulzuras compartidas con una querida joven!
Los paralelos que establecía con la imaginación al pensar en tales cosas, resultaban poco favorables a Carola. ¡Qué diferencia entre sus blanduchos y manoseados encantos y el duro y levantado pecho de Mariquilla!
Y le plantó en el descansillo de la escalera, dejándole turulato, ya convencido de que, a pesar de aquellos besos, el amor y sus derivados eran para él cosa perdida como no arbitrase recursos. ¿A quién pediría prestado, qué malbarató o empeñó? No se sabe; pero a la tarde siguiente llevó trece duros, mediante los cuales, Carola tuvo corsé y quedó restaurado el catre.
Pues esa oficiala, compañera mía hablaba Carola me ha dicho que por los chicos que trajeron los muebles sabe que hay un sotabanco de cincuenta riales. No hay tal; son guardillas trasteras de los enquilinos..., buenas familias. Y fue enumerando cuanta gente había en la casa, hasta llegar al cuarto entresuelo.
¿Qué te parece el cuartito? ¡Mira que si pudiéramos quedarnos, es decir, quedarte con todo esto! De repente, sonó un campanillazo. Don Quintín tembló de miedo, como los convidados de Tenorio al oír el aldabonazo del Comendador. Carola se dijo: «a lo hecho, pecho.» Ambos guardaron medroso silencio. Siguió un segundo campanillazo, y entonces dijo él: Nosotros no abrimos: ya se cansarán.
Palabra del Dia
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