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Actualizado: 12 de junio de 2025


El sol había derretido su pintura; las tablas se agrietaban y crujían con la sequedad, y la arena, arrastrada por el viento, había invadido su cubierta. Pero su perfil fino, sus flancos recogidos y la gallardía de su construcción, delataban una embarcación ligera y audaz, hecha para locas carreras, con desprecio á los peligros del mar. Hasta de nombre carecía.

La tristeza le tenía dominado y abatido de tal suerte, que apenas despegaba los labios; pasaba las horas componiendo una gran misa de requiem que contaba se tocase por la caridad del párroco en obsequio del alma de su difunto padre; y ya que no podía decirse que tenía los cinco sentidos puestos en su obra, porque carecía de uno, diremos que se entregaba a ella con alma y vida.

Carecía de talento y su inteligencia no era muy superior a la de cualquier perro de aguas; pero su conciencia se le reveló. Vos no poseéis mi estima le dijo un día al notario, creyendo hacerle un gran bien. Y la repugnancia que L'Ambert sentía por él trocose en odio mortal. En los últimos ocho días de su forzada intimidad sucediéronse las tempestades casi sin interrupción.

El tapiz carecía entonces de mérito, como todas las cosas que abundan. Los roperos de Valencia tenían en sus almacenes docenas de paños de la misma clase, y al llegar la fiesta del Corpus cubrían con ellos las vallas de los terrenos sin edificar en las calles seguidas por la procesión.

Este ganaba cuatro reales, y Pecado tan sólo dos; pero aquella honrada ganancia llevaba semanalmente a su alma como un grano de legítimo orgullo, el cual bien podía con el tiempo, ser base sobre que se construyera la dignidad de que carecía.

Era de ver también la flema con que Montifiori presenciaba el enlace de su hija; y por último pasmaba la apatía con que Blanca se entregaba a un marido que carecía, como era natural, de todos los encantos que un hombre puede ofrecer a una mujer joven y bella.

Con esta duda tropezaba Josefina al fin de todas sus cavilaciones. LLEGÓ el día del santo de la duquesa, y, como de costumbre, se festejó en familia con una comida, que si tenía sus puntas y ribetes de pretencioso convite, no carecía de cierto aspecto de intimidad, pues sólo asistieron a ella los más asiduos amigos de la casa, Félix Aldea entre ellos, y el joven pero venerable capellán.

Tal vez los que lean esta historia calificarán de inverosímil su carácter, pero a menudo parece inverosímil lo más verdadero. Morsamor carecía de vanidad y era todo orgullo. La envidia y los celos no entraban en su alma. Hasta la misma emulación tenía en ella poca cabida.

A él, que ejercía tantos oficios, le habrían echado de menos en muchos puntos. Se le figuraba que, como no había pedido licencia a nadie, y como su inusitada desaparición carecía de causa confesada por él, todos sus compatricios se esforzarían por hallar esta causa y acabarían por suponerla un acto de desesperación o de despecho.

Compró dos o tres vestidos magníficos a la duquesa, que carecía de la ropa interior más necesaria. Lo que empleaba cada día en sus gastos personales era un secreto entre su cajón y él. No creáis, sin embargo, que tenía el egoísmo odioso de ciertos maridos que tiran el dinero a manos llenas y quieren conocer al céntimo los desembolsos de su esposa.

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