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Actualizado: 12 de julio de 2025
El padre carecía de creencias, tal vez a consecuencia de su simpatía hacia aquel partido progresista que siempre mintió respeto a la religión, sin ocultar mala voluntad al clero; Leocadia y doña Manuela eran mujeres mal dirigidas, o mejor dicho, descuidadas.
Recibió las felicitaciones y alabanzas que le prodigó en persona el príncipe, y tan luego se halló en disposición de soportar el viaje á Londres se embarcó acompañado de su fiel Tristán. Inmediatamente que llegaron á aquella ciudad emprendieron el camino de Hanson, pues Roger carecía de toda noticia desde la carta del prior que le anunció la muerte de su hermano.
No estaba ociosa Juana ni carecía de conveniente habilidad para emplearla en la estación de la vendimia. Sus arropes no tenían rival en toda aquella provincia, y lo mismo puede decirse de sus excelentes gachas de mosto.
Por mi parte, sólo sentí un débil rencor contra este infortunado, en quien las flaquezas del sentido moral habían sido purgadas por una larga vida de arrepentimiento, y por una pasión de desesperación y de odio, que no carecía de grandeza. Yo mismo no podía respirar, sin una especie de admiración, el soplo salvaje que anima aún estas líneas trazadas por una mano culpable, pero heroica.
Quizá no tenía nada que decir. Carecía de camaradas, excepto cuando nosotros lo protegíamos, y en honor de la verdad, nos divertía bastante. No hacía viento para hinchar una gorra, y ya se mareaba; nunca pudo acostumbrarse a la vida de a bordo.
722 Yo anduve ansí como todos, hasta que al fin de sus días supo mi suerte una tía y me recogió a su lado; allí viví sosegado y de nada carecía. 723 No tenía cuidado alguno ni que trabajar tampoco, y como muchacho loco lo pasaba de holgazán; con razón dice el refrán que lo güeno dura poco.
Y sin esperar mi respuesta, comenzó a trepar con pies y manos entre peñas y raigones. ¡Cómo envidié yo a Chisco que se quedaba en la explanadita de abajo con las cabalgaduras! Don Sabas tenía la práctica de aquellas ascensiones, y además la pasión de las alturas; pero yo, que carecía de ambas cosas, ¿para qué me aventuraba en la subida de tan tremebundos despeñaderos?
La verdad es que el pobre Mendoza no era de los más despiertos, pero no se podía negar que estudiaba y trataba de cumplir con su deber, y que solamente por capricho o por algún sentimiento menos digno, el cura se ensañaba con él. Miguel le compadecía de veras: si carecía de inteligencia para aprender y explicar bien las lecciones, la culpa no era suya.
Echose al cuerpo el periódico, leyendo con extremada atención las conferencias de hombres políticos, y repasando al fin los muertos y los anuncios. Luego, mientras atarugaba la máquina de pitillos, meditaba sobre los sucesos del día y sobre política general. No carecía de convicciones arraigadas en materia de gobernación del reino.
Lo que en su mente era simultáneo no podrá menos de sucederse en el soliloquio, pero lo que él interiormente se hablaba, carecía de conclusión y de principio y se manifestaba todo a la vez. Desesperado de lograr en el mundo la fortuna que buscaba, Fray Miguel a los treinta y cinco años de su edad se había refugiado en el claustro.
Palabra del Dia
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