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Actualizado: 15 de junio de 2025


¿Para clérigos, canónigos, guerrilleros, frailes que hacen cartuchos, y abades que organizan partidas? , , vengan cartas. Nada de eso es inútil para mi propósito.

Lo mismo que de don Sebastián, habían hablado los canónigos de todos los arzobispos anteriores, lo que no impedía que después de muertos fuesen unos santos. Cuando sorprendía al Tato repitiendo en las Claverías los chismes de abajo, le amenazaba con toda su autoridad de jefe de la familia. Esteban se entristecía viendo el estado de salud de su hermano.

Todos en el claustro alto conocían estas luchas. Llegaban hasta ellos los comentarios que se permitían los canónigos en la sacristía; pero los humildes servidores guardaban un silencio receloso cuando se repetían estas murmuraciones en su presencia, temiendo ser delatados por el vecino, que tal vez ambicionaba su puesto.

Le pusieron a la cabecera del lecho la imagen de un santo difícil de identificar, pero santo al fin, y al lado de una gran ventana, que se abría sobre el ancho panorama del campo, colocaron una mesa cargada de libros, y un tintero de cobre. Por deferencia a Su Ilustrísima, le sirvieron de maestros los más instruidos canónigos del cabildo.

En ciudades como Santiago había quien se llevaba los cerdos a un segundo piso y salía luego a pasearse con ellos entre los canónigos, los tenientes de la guarnición y los estudiantes de latín. Una señorita inglesa que estuvo hace algunos años en la ciudad del Apóstol la autora de Galicia.

Ya no se hablaba de Obdulia, ni de su prima la de Madrid, su modelo; se hablaba del tiempo; y Glocester no se movía. Se habían ido despidiendo todos los señores canónigos; quedaban los tres y el Palomo, que abría y cerraba cajones con estrépito y murmuraba; maldiciones sin duda.

En los muros, tapizados de un verde oscuro rameado de otro más claro, veíanse algunas cornucopias enormes con figurillas grabadas en el cristal. Un par de cuadros religiosos, de dudoso dibujo, ocupaban el testero principal, y bajo ellos, rodeado de taburetes cojos, había un sofá raído y destrozado por el roce continuo con pedigüeños impacientes o canónigos de gran peso.

Las alhajas estaban escondidas; los canónigos y los beneficiados, que entonces se llamaban racioneros, vivían desperdigados por la península. Unos se habían refugiado en las plazas todavía españolas; otros estaban ocultos en los pueblos, haciendo votos por que pronto volviese el Deseado.

Según el Magistral, iba pregonando su gloria. Don Fermín no presidía este entierro como el del miércoles, pero celebraba con él su nuevo triunfo. Caminaba cerca de Ana, casi a su lado en la tila derecha, entre otros señores canónigos, con roquete, muceta y capa; empuñaba el cirio apagado, como un cetro. «

Estas tres personas formaban grupo en el balcón de galería, y desde el gabinete, sentados aquí y allá, y algunos en pie, oían a Glocester tres canónigos más, el capellán de la casa, don Aniceto, tres damas nobles, la gobernadora civil, Joaquinito Orgaz, y otros dos pollos vetustenses, de los que estudiaban en la Corte.

Palabra del Dia

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