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Actualizado: 16 de septiembre de 2025


Viendo desde una ventana el dueño del castillo, que se llamaba Arbogad, los portentos de valor que hacia Zadig, le cobró estimacion. Baxó por tanto, y vino en persona á contener á los sujos, y librar á los dos caminantes. Quanto por mis tierras pasa es mio, dixo, no ménos que lo que en tierras agenas encuentro; pero me pareceis tan valeroso, que os exîmo de la comun ley.

A más de los lances de su propia existencia, contábales a las criadas retazos de libros de caballerías, así como también tradiciones fabulosas de Avila y Segovia. Sabía canciones de barberos y caminantes, toda la vida en verso del moro Abindarráez; e innumerables letrillas que cantaba con áspera voz, al son de una vihuela, dándose vuelta los párpados para remedar a los ciegos.

Pero, por parecerle no convenirle ni estarle bien comenzar nueva empresa hasta poner a Micomicona en su reino, hubo de callar y estarse quedo, esperando a ver en qué paraban las diligencias de aquellos caminantes; uno de los cuales halló al mancebo que buscaba, durmiendo al lado de un mozo de mulas, bien descuidado de que nadie ni le buscase, ni menos de que le hallase.

Alojáronse en casa de una caritativa y virtuosa viuda, la qual tenia un sobrino de catorce años, muchacho graciosísimo, y que era su única esperanza. Agasajólos lo mejor que pudo en su casa, y al siguiente dia mandó á su sobrino que fuera acompañando á los dos caminantes hasta un puente que se habia roto poco tiempo hacia, y era un paso peligroso.

En Cahors descansaron los caminantes, sin incidente ni aventura que merezcan relato aparte, y al dejar aquella población se apartaron también de las orillas del río, tomando una senda estrecha y tortuosa que atravesaba extensa y desolada llanura.

Sea como fuere, á nuestros caminantes les pareció cosa tan chica, que se temiéron no hallar posada cómoda, y pasáron adelante como hacen dos caminantes quando topan con una mala venta en despoblado, y siguen hasta el pueblo inmediato. Pero luego se arrepintiéron el Sirio y su compañero, que anduviéron un largo espacio sin hallar albergue.

Don Quijote, que vio que ninguno de los cuatro caminantes hacía caso dél, ni le respondían a su demanda, moría y rabiaba de despecho y saña; y si él hallara en las ordenanzas de su caballería que lícitamente podía el caballero andante tomar y emprender otra empresa, habiendo dado su palabra y fe de no ponerse en ninguna hasta acabar la que había prometido, él embistiera con todos, y les hiciera responder mal de su grado.

En efeto, fueron tantas las voces que don Quijote dio, que, abriendo de presto las puertas de la venta, salió el ventero, despavorido, a ver quién tales gritos daba, y los que estaban fuera hicieron lo mesmo. Maritornes, que ya había despertado a las mismas voces, imaginando lo que podía ser, se fue al pajar y desató, sin que nadie lo viese, el cabestro que a don Quijote sostenía, y él dio luego en el suelo, a vista del ventero y de los caminantes, que, llegándose a él, le preguntaron qué tenía, que tales voces daba.

Sobre la encrucijada de dos caminos aldeanos, un campo de yerba humilde salpicada de manzanilla, donde hay un retablo de ánimas entre cuatro cipreses. Es paraje en que hacen huelgo los caminantes, y rezan las viejas, anochecido. Don Rosendo, Don Mauro y Don Gonzalito, descansan al pie de los cipreses, con los caballos del diestro.

Desviaos afuera, y esperad que aclare el día, y entonces veremos si será justo o no que os abran. ¿Qué diablos de fortaleza o castillo es éste -dijo uno-, para obligarnos a guardar esas ceremonias? Si sois el ventero, mandad que nos abran, que somos caminantes que no queremos más de dar cebada a nuestras cabalgaduras y pasar adelante, porque vamos de priesa.

Palabra del Dia

passaro

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